El caballito de mar por César Toro Montalvo
A Arturo Corcuera
El caballito de mar por César Toro Montalvo
A Arturo Corcuera
Al
caballito de mar se le conoce como el unicornio que deja besos y
coronas de humo por donde transcurre. Menudo angelote, y de escape
instantáneo: vuela, trota, se desliza rápidamente, y hasta se maromea
como un equilibrista marino. Su lomo con arboladas estrías de oro
dirigen con precisión su tránsito ecuestre. Va de tambo en tambo
recitando su libro de poemas acabados de aprender. El caballito de mar
es todo un personaje con alas y sin ellas. Es el caballo alado que posee
luz propia. Todo su cuerpo está separado por escalinatas simétricamente
dispuestas hacia su cola terminada en semicírculo. Las estrellas
marinas lo asedian para hacerle la corte. Se siente rey navegante que
acaso suspira por aquella que lo dejó. Los veleros lo prefieren y lo
buscan por donde esté, porque él es el único que les puede enseñar el
arte de navegar. Sobre algunos parques marinos, el caballito de mar
suele ser el soñador preferido. Si se desliza con vivacidad deja
escarcha entre las algas, los gramalotes y los musgos de clorofila
brillante. La sirena lo busca con seleccionado cariño para que lo lleve
de paseo. Es a la única que le aguarda ese honor. Ambos cabalgan
montañas, pendientes, hondonadas, valles y sembríos marinos. El
caballito de mar es el trovador galopante que se afana por obtener el
único trofeo de diamantes donado por el dios Neptuno. No existe frontera
marina que no lo reconozca por el reflejo de sus antenas menudas. Pero
no por eso es fácil encontrarlo así porque sí. Para muchos parece un
caracol de goma, un perrito faldero, un gato engreído, un ruiseñor de
trinos acuáticos, o un arlequín suspirante. El caballito de mar me mira
como un marinero recién inventado. Seguramente tengo la apariencia de
cabalgador. Con rapidez me saluda pensando que soy el único jinete que
lo llevará a sabe Dios por qué playas y mares.