domingo, agosto 26, 2018

Carta de John Keats a Fanny Brawne (fragmento)


 

Carta de John Keats a Fanny Brawne (fragmento)

 
13 de octubre de 1819.
Mi queridísima niña:

Me he puesto a pasar en limpio algunos versos, pero no me da ningún gusto trabajar. Tengo que escribirte una o dos líneas y ver si eso me ayuda
a alejarte de mi espiritu aunque sea por unos instantes, no puedo existir sin ti. Todo lo olvido salvo la idea de volver a verte. Mi vida parece detenerse ahi: más allá no veo nada. Me has absorbido. En este mismo momento tengo la sensación de estar disolviéndome...Si no tuviera la esperanza de verte pronto me sentiría en el colmo de la desdicha. Tendría miedo de separarme, de estar demasiado lejos de ti. Mi dulce Fanny, no cambiará nunca tu corazón?, Amor mío, no cambiarás? Alguna vez me asombró que los hombres pudieran ir al martirio por su religión. Temblaba de pensarlo. Ahora ya no tiemblo; podría ir al martirio por mi religión- El amor es mi religión-, y podría morir por él....Me has cautivado con un poder que soy incapaz de resistir; y sin embargo lo era hasta que te ví; y desde que te he visto me he esforzado a menudo en razonar contra las razones de mi amor. Ya no puedo hacerlo, el dolor sería demasiado grande. Mi amor es egoísta. No puedo respirar sin ti....


..........................


Mi más querida muchacha,

He dado una caminata esta mañana con un libro en la mano, pero como es habitual he estado ocupado sólo contigo: Desearía que poder decirlo de una manera agradable. Estoy atormentado día y noche. Hablan de mi ida a Italia. Seguro nunca me recuperaré si debo estar tanto tiempo separado de tí: y aún con toda esta devoción hacia tí no puedo persuadirme a ninguna confidencia....
 
Eres para mí un objeto intensamente deseable, el aire que respiro en un cuarto vacío de tí es malsano.


John Keats fue uno de los principales poetas británicos del movimiento romántico. A la muerte de su hermano se fue a vivir a casa de su amigo Brown. Allí conoció a Fanny Brawne, quién había estado viviendo en la casa de Brown con su madre, y se enamoró de ella. La correspondencia entre ambos escandalizó a la sociedad victoriana.

Beckett, Samuel

 

Beckett, Samuel 
Poeta, novelista y crítico irlandés nacido en Foxrock en 1906.Estudió los primeros años en el condado de Fermanagh y luego la carrera universitaria en Trinity College de  Dublin,  donde obtuvo el «Bachelor of Arts» en 1927.Aprovechando su estancia en Paris como profesor de inglés, estudió profundamente a Descartes y Dante, trabó amistad con James Joyce y escribió los primeros estudios críticos publicados en Paris en 1929.

De regreso a Dublin empezó a luchar contra una profunda depresión producto de su carácter solitario y sombrío. Renunció al trabajo y empezó a viajar por diferentes países europeos, dictando conferencias y dedicando gran parte del tiempo a la literatura. Durante la guerra se unió a la resistencia, y una vez terminada se radicó en Paris donde inició la etapa más prolífica de su carrera. En 1949 publicó “Eleutheria” y en 1953 “Esperando a Godot”, obras seguidas por “Final de juego” en 1958 y “Días felices” en 1961. Ese mismo año recibió el  premio Prix Formentor y en 1969  el Premio Nobel de Literatura.Después de una prolongada enfermedad, falleció en Paris en 1989.



DE “POEMAS EN INGLÉS”:
ALBA 

antes de que amanezca aquí estarás
y Dante y el Logos y todos los estratos y misterios
y la luna marcada
allende el blanco plano de la música
que establezcas aquí antes del alba¹ 
solemne suave seda cantarina
 inclínate hacia el negro firmamento de areca³
lluvia sobre bambúes flor de humo callejuela de sauces 
quienes aunque te inclines con dedos compasivos
para abonar el polvo
en nada aumentarán tu generosidad
cuya belleza ante mí será como un sudario²
informe de sí misma que se extiende sobre la tempestad de los emblemas
de modo que no hay sol ni hay revelaciones
ni víctima tampoco
yo solamente y el sudario luego
y un bulto muerto ya 
Versión de Jenaro Talens 


 
CASCANDO¹ 
1
por qué no simplemente no esperar
a ser ocasión de
un vertedero de palabras 
¿no es mejor abortar que ser estéril? 
después de tu partida las horas son tan tristes
siempre empiezan a rastras demasiado pronto
los garfios desgarrando con ceguedad el lecho de miseria
rescatando los huesos los amores antiguos
cuencas una vez llenas con ojos como tuyos
¿es mejor siempre demasiado pronto que jamás?
negra necesidad salpicando los rostros
diciendo una vez más nunca flotó lo amado nueve días
ni nueve meses
ni nueve vidas 

2
diciendo una vez más
si no me enseñas tú no aprenderé
diciendo una vez más existe un último
atardecer de últimas veces
últimas veces de mendigar
últimas veces de amar
de saber no saber simular
un último atardecer de últimas veces de decir
sino me amas nunca seré amado
si no te amo ya no amaré nunca 
un batir de palabras gastadas una vez más en el corazón
amor amor amor golpe de un émbolo antiquísimo
moliendo el suero inalterable
de las palabras 
una vez más aterrado
de no amar
de amar pero no a ti
de ser amado y no por ti
de saber no saber simular
simular 
yo y todos los otros que te amen
si te aman 

3
a menos que te amen
Versión de Jenaro Talens 



DA TAGTE ES¹ 
redime lo que reemplaza a los adioses
la sábana de agua que navega en tu mano
a quienes nada tienen ya para la tierra
y el espejo sin niebla encima de tus ojos. 
Versión de Jenaro Talens 

 


GNOMO 
Pasa tus años de aprendiz derrochando
Valor por tantos años de ir vagando
A través de un mundo que con cortesía
De la torpeza de aprender se libra
Versión de Jenaro Talens 

 


LOS HUESOS DE ECO 
asilo bajo mis huellas todo este día
sus sordas francachelas mientras la carne cae
hendiendo sin temor ni  viento favorable
guantílopes del sentido y el absurdo transcurren
tomados por los gusanos por lo que en verdad son 
Versión de Jenaro Talens 

 


MALACODA 
tres veces vino
el hombre de las pompas fúnebres
impasible bajo el bombín de piel
para medir
¿no está acaso pagado para medir?
a este incorruptible en el vestíbulo
a este malebranca¹ que los lirios cubren hasta las rodillas
Malacoda con lirios hasta las rodillas
Malacoda² no obstante el experto terror
que felpa su perineo extingue su señal
suspirando hacia arriba por el aire pesado
¿debe ser así? debe ser debe ser
encuentra los crespones cógelos del jardín
escuchar puede ver pero no es necesario
sepultar en el féretro
con unos ayudantes ungulata³
encuentra los yerbajos reclama su atención
escuchar debe ver pero no es necesariocubrir
estar seguro de cubrir cubrirlo todo por encima
tu escudo déjame coge tu azufre
vidrio canicular divino hermoseado
espera Scarmilion² espera espera
coloca este Huysum en la caja
y observa bien la imago eso es él
escuchar debe ver ella debe
todos a bordo todos l0s espíritus
a media asta sí sí
no 

Versión de Jenaro Talens


 


POR AHÍ 
por ahí
un grito lejano
para alguien
tan pequeño
bellos narcisos
luego marzo 
luego ahí
luego ahí 
entonces desde ahí
narcisos
otra vez
luego marzo
otra vez
para alguien
tan pequeño 
Escrito en 1976
Versión de Jenaro Talens 

 



SERENA III 
fija estos garabatos de hermosura en la paleta
nunca se sabe si esto puede ser el final 
o déjala ella es paraíso y más tarde en el globo
de tus ojos hímenes de felpa 
o sobre Puente Butt Sonroja de vergüenza
el mixto declinar de esas ubres
alza tu luna tuya y solamente tuya
arriba arriba arriba hacia la estrella del atardecer
desvanecido encima de un clavel todo nuevo
en el arco-gasómetro que hay en Misery Hill¹
desvanecido en la púrpura y pequeña
casa de la oración
corazón de María alguna cosa
Bull y Pool² Suplicante que no se encontrarán
en este mundo al menos 
mientras que partes lejos en medio de los fustes que caracolean
corre desesperadamente sobre el Puente Victoria ésa es la idea
aminora la marcha anda furtivamente Ringsend Road abajo
Irishtown Sandymount³ titubea halla el Fuego del Infierno
Apartamentos Merrion señalados por un trillón de sigmas
El Dedo de Jesucristo Hijo de Dios el Salvador
muchachas sorprendidas mientras se desnudaban ésa es la idea
sobre el rompevientos y olas en el Bootersgrad
el pánico que provoca la marea en las pardas gaviotas
las arenas se mueven en tu corazón cálido
ocúltate tú mismo pero en la Roca no no te detengas
no te detengas 
Versión de Jenaro Talens 



WHOROSCOPE   (HORÓSCOÑO) ¹

¿Qué es esto?
¿Un huevo?
Por los hermanos Boot, apesta a fresco.
Dáselo a Gillot.
Cómo estás, Galileo,
¡y sus terceras sucesivas!²
¡Asqueroso viejo nivelador³ copernicano hijo de vivandera!
Nos movemos, dijo, al fin nos marchamos-¡Porca Madonna!
como un contramaestre o un Pretendiente saco-de-patatas cargando
contra el enemigo.
Esto no es moverse, sino conmoverse.  
Qué es esto ?
¿Una tortilla acerba o una que ha florecido?
¡Dos ovarios revueltos con prosticiutto?*
¿Cuánto tiempo lo invaginó, la emplumada?
Tres días y cuatro noches?
Dáselo a Gillot. 
Faulhaber, Beeckman y Pedro el Rojo
venid ahora en un alud de nubarrones o en la cristalina nube de
Gassendi , roja como el sol,
y os limaré todas vuestras gallinas-y-medio
o limaré una lente bajo el edredón en la mitad del día. 
Pensar que era él, mi propio hermano, Pedro el Bravucón
y que no usaba de silogismo alguno
como si Papi aún estuviera con vida.
¡Ea!, pásame esa calderilla,
¡dulce sudor molido de mi hígado ardiente!
¡Qué días aquéllos, sentado al lado de la estufa , arrojando jesuitas
por el tragaluz! 
¿Y ése, quién es? ¿Hals?
Que espere. 
¡Mi adorable bizquita!
Yo me escondía y me buscabas**.
Y Francine, precioso fruto mío de un feto casa-y-gabinete!
¡Vaya una exfoliación!
¡Su pequeña epidermis grisácea y desollada, y rojas las amígdalas!
Hija única mía
Azotada por la fiebre hasta en el turbio restañar de su sangre…
¡sangre!
¡Oh, Harvey de mi corazón!
¿qué harán los rojos y los blancos, los muchos en los pocos
(querido Harvey sangre-girador¹º)
para arremolinarse por este batidor resquebrajado?
Y el cuarto Enrique llegó a la cripta de la flecha. 
¿Qué es esto?
¿Desde cuando?
Incúbalo¹¹. 
Un viento de maldad empujaba la desesperación de mi sosiego
contra las escarpadas cimas de la señora
única:
no una vez ni dos, sino…
(¡Burdel de Cristo, empóllalo!)
en una sola anegación de sol.
(Jesuitastros, copien, por favor.) 
Por lo tanto adelante con las medias de seda sobre el traje de punto
 y la piel mórbida…
qué estoy diciendo, la suave tela…
y vámonos a Ancona, sobre el brillante Adriático,
y adiós unos instantes a la amarilla llave de los Rosacruces.
Ellos no saben qué es lo que hizo el dueño de todos los que hacen,
que a la nariz le toca el beso del aire todo fétido y fragante
y a los tímpanos, y al trono del orificio fecal
y a los ojos su zigzag.
De esta manera Le bebemos y Le comemos
y el Beaune aguado y los duros cubitos de pan Bimbo¹²
porque Él puede danzar
igual cerca que lejos de Su Esencia Danzante
y tan triste o tan vivo como requiere el cáliz, la bandeja.
¿Qué te parece, Antonio? 
¡En el nombre de Bacon, me empollaréis el huevo!
¿O deberé tragárme fantasmas de caverna? 
¡Anna María!
Ella lee a Moisés y dice que su amor está crucificado.
¡Leider!  ¡Leider!¹³ Florecía pero se marchitó,
pálido y abusivo periquito en el escaparate de una calle mayor.
No, si creo desde el Principio a la última palabra, te lo juro.
¡Fallor, ergo sum!¹
viejo frôleur¹ esquivo
Toll-ó y legg-ó¹*
y se abrochó el chaleco de redentorista.
No importa, pasémoslo por alto.
Soy un niño atrevido, ya lo sé,
luego no soy mi hijo
(aunque fuese portero)
ni el de Joaquín mi padre,
sino astilla de un palo perfecto que no es viejo ni nuevo
pétalo solitario de una gran rosa, alta y resplandeciente. 
¿Estás maduro al fin
pálido y esbelto tordo mío, de seno desdoblado?
¡Qué ricamente huele
este aborto de volantón!
Lo comeré con tenedor para pescado.
Clara y plumas y yema.
Me alzaré luego y empezaré a moverme
hacia Raab de las nieves,
la matinal amazona asesina confesada por el papa,
Cristina la destripadora. 
Oh Weulles, no derrames la sangre de un franco
que ha subido los peldaños amargos
(René du Perron…)
y otórgame mi hora
segunda inescrutable sin estrellas. 
Versión de Jenaro Talens 





DE: POEMAS EN FRANCÉS 1937 -1939 
1. VIENEN…
vienen
diferente e iguales
con cada una es diferente y es igual
con cada una la ausencia de amor es diferente
con cada una la ausencia de amor es igual 
vienen
diferentes e idénticas
con cada una es diferente y es lo mismo
con cada una la ausencia de amor es diferente
con cada una la ausencia de amor es la misma 




2. PARA ELLA EL ACTO SOSEGADO… 
para ella el acto sosegado
los poros sabios el sexo inocentón
la espera no muy lenta los lamentos
no demasiado largos la ausencia
al servicio de la presencia
los pocos jirones de azul en la cabeza
las punzadas al fin muertas del corazón
toda la gracia tardía de una lluvia que cesa
con la caída de una noche
de agosto
para ella vacía
él puro
de amor 




3. ESTAR AHÍ SIN DIENTES NI MANDÍBULAS…
estar ahí sin dientes ni mandíbulas
adónde se va el gozo de perder
con el apenas inferior
de ganar
y Roscelin y esperamos
adverbio oh regalito
vacío vacío salvo jirones de canción
padre me dio un marido
o al arreglar las flores
que moje cuanto quiera
hasta la elegía
de los zuecos herrados aún lejos de Les Halles
o el agua de la canalla apestando por las tuberías
o nada más que moje
porque es así
que pula lo superfluo
y venga
con la boca idiota y la mano hormigueante
a la cavidad hundida alojo que escucha
lejanos tijeretazos argentinos 



4. ASCENSIÓN 
a través del estrecho tabique
ese día en que un hijo
pródigo a su manera
volvió con su familia
oigo la voz
conmovida comenta
la copa del mundo de fútbol 
siempre demasiado joven 
al mismo tiempo por la ventana abierta
por los aires a secas
sordamente
la marejada de los fieles 
su sangre salpicó en abundancia
sobre las sábanas sobre los olorosos guisantes y sobre su amigo
con dedos asquerosos cerró él las pupilas
sobre sus grandes ojos verdes sorprendidos
ella gira ligera
sobre mi tumba de aire 




5. LA MOSCA
entre la escena y yo
el cristal
vacío salvo ella 
vientre a tierra
ceñida por sus negras tripas
antenas enloquecidas alas atadas
patas ganchudas boca sorbiendo en el vacío
sableando el azul aplastándose contra lo invisible
impotente bajo mi pulgar hace que zozobren
el mar y el cielo sereno





6. MÚSICA DE LA INDIFERENCIA… 
música de la indiferencia
corazón tiempo aire fuego arena
del silencio desmoronamiento de amores
cubre sus voces y que
no me oiga ya
callarme





7. BEBE SOLO…
bebe solo
come quema fornica revienta solo como antes
los ausentes ya muertos los presentes apestan
saca tus ojos vuélvelos sobre las cañas
discuten quizás ellos y los ays
no importa existe el viento
y el estado de vela 
Versión de Jenaro Talens





 DE: POEMAS EN FRANCÉS 1947-1949
MUERTE DE A. D.
y ahí estar ahí aún ahí
apretado a mi vieja tabla picada en negro como de viruela
durante días y noches molidos ciegamente
de estar ahí de no huir y huir y estar ahí
inclinado a confesar un tiempo que agoniza
haber sido lo que fue hecho lo que hizo
de mí de mi amigo muerto en el día de ayer con el ojo brillante
con los dientes largos jadeando en su barba
devorando la vida de los santos una vida por día de vida
reviviendo de noche sus negros pecados
muerto ayer mientras que yo vivía
y estar allí bebiendo por encima de la tormenta
la culpa del tiempo irremisible
aferrado a la vieja madera testigo de partidas
testigo de regresos
 
 



SOY UN DISCURRIR DE ARENA QUE RESBALA… 
soy un discurrir de arena que resbala
entre la duna y los guijarros
la lluvia del verano llueve sobre mi vida
sobre mí vida mía que me persigue y huye
y tendrá fin el día del comienzo 
caro instante te veo
en el retroceder de este telón de bruma
donde ya no deberé pisar estos largos umbrales movedizos
y viviré lo mismo que una puerta
que se abre y se vuelve a cerrar
 
 
 



QUISIERA QUE MI AMOR MURIESE… 
quisiera que mi amor muriese
y que lloviera sobre el cementerio
y las callejas por las que camino
llorando a aquella que creyó que amaba
Versión de Jenaro Talens

 
 

 


DE: LETANÍAS 1976-1978 
al llegar la noche en que el alma
iba a serle reclamada
he aquí que al no aguantarse
la entregó una hora antes 
escúchalas
sumarse
las palabras
a las palabras
sin palabra
los pasos
a los pasos
uno a
uno
imagina si esto
si un día esto
un día feliz
imagina
si un día
un día feliz esto
se acabara
imagina 
las ganas cada día
de estar vivo un día más
claro que no sin el pesar
de haber nacido un día 
noche que tanto haces
que imploremos el alba
por favor noche
cae 
sábado un respiro
no reír más
desde la medianoche
hasta la medianoche
no llorar 
silencio como el que existió
antes ya nunca más existirá
por el murmullo desgarrado
de una palabra sin pasado
por haber dicho demasiado no pudiendo más
jurando no volver a callar
viejo ir
viejas paradas
ir
ausente
ausente
detenerse
Versión de Jenaro Talens

 



DE: “ADAPTACIONES DE CHAMFORT” 
canción
Vejez es cuando a un hombre
arrimado al fuego de la chimenea
temblando a causa de las brujas
para poner el cazo sobre el lecho
y traerle su ponche
viene ella en las cenizas
quien amada no pudo ser vencida
o vencida no amada
o alguna otra aflicción
viene con las cenizas
como en esa luz vieja
el rostro en las cenizas
aquella vieja luz de las estrellas
en la tierra otra vez. 
corazón, qué oquedad,
y dentro cuánta suciedad 
dormir hasta la muerte
nos cura siempre
ven a aliviar
esta vida este mal 
¿La esperanza?, un bribón, el más grande embustero,
hasta que la perdí, no supe de la felicidad.
Copiaré del infierno en la puerta del cielo:
dejad toda esperanza los que entráis. 
Pide al todo-lo-cura, al todo-lo-consuela pensamiento
solaz y salvación para el dolor que os donó con esfuerzo 

 
Versión de Jenaro Talens

jueves, agosto 23, 2018

Bécquer, Gustavo Adolfo



Bécquer, Gustavo Adolfo

Poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en 1870. Es uno de los grandes poetas románticos del siglo XIX. Sus rimas suponen el punto de partida de la poesía moderna española. Se inició en el arte pintando al lado de su padre y hermano, pero la abandonó en 1854 cuando se dedicó por completo  a la literatura. Autor también de «Historia de los templos de España» y «Cartas literarias a una mujer».
 




Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
¡aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!
Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.
Aun para combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz…
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
 
 

 
 
III 
En la clave del arco mal seguro
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de cincel rudo campeaba
el gótico blasón.
Penacho de su yelmo de granito,
la yedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.
A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos.
Y, ese, me dijo, es el cabal emblema
de mi constante amor.
¡Ay!, es verdad lo que me dijo entonces:
verdad que el corazón
lo llevará en la mano… en cualquier parte…
pero en el pecho no.
 

 

IV 
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
 
 

 


V 
Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!
Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie.
Isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa.
Dulce embriaguez
¡la Gloria es!
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y a golpe de remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo
les dije al pasar:
Yo ya me he embarcado, por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
 
 

 
 
VI 
Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh! si las flores duermen,
¡qué dulcísimo sueño!
 
 

 
 
VII 
Voy contra mi interés al confesarlo,
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica… ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.
 
 

 
VIII 
¿Quiéres que de ese néctar delicioso
no te amarge la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémosnos hoy mucho y mañana
¡digámosnos, adiós!
 
 

 
IX 
Entre el discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído
como nota de música lejana,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
-¿En qué piensas? me dijo:
-En nada… -En nada ¿y lloras? – Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.
 
 

 
X 
Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre… y también lloro.
 
 

 
 
XI 
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh! ¡hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera al oído cantártelo a solas.
 
 
 

XII 
Lo que el salvaje que con torpe mano
hace de un tronco a su capricho un dios
y luego ante su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo.
Dimos formas reales a un fantasma,
de la mente ridícula invención
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.
 
 

XIII 
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga “¡Levántate y anda!”
 
 

 
XIV 
Alguna vez la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí
y pasa sonriéndose y yo digo
¿Cómo puede reír?
Luego asoma a mi labio otra sonrisa
máscara del dolor,
y entonces pienso: -Acaso ella se ríe,
como me río yo.
 
 

 
XV 
Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;
hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá.
Gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar
y rueda y pasa y se ignora
qué playa buscando va.
Luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será.
Eso soy yo que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.
 

 
XVI 
Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche
en ira y en piedad se anegó el alma
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor… con pena
logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?… Un fiel amigo…
Me hacía un gran favor… Le di las gracias.





XVII 
Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es.
Yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.
¿Te ríes…? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.
Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro puedo lo que callas
en tu frente leer.
¿Te ríes…? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas
y yo lo sé.
Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
¿Te ríes…? Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé.
 
 

XVIII 
¡Qué hermoso es ver el día
coronado de fuego levantarse,
y a su beso de lumbre
brillar las olas y encenderse el aire!
¡Qué hermoso es tras la lluvia
del triste Otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!
¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!
 
 ¡Qué hermoso es cuando hay sueño

dormir bien… y roncar como un sochantre…
y comer… y engordar… ¡y qué fortuna
que esto sólo no baste!




XIX 
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
junto al volcán la flor.




XX 
Hoy como ayer, mañana como hoy
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar… andar.
Moviéndose a compás como una estúpida
máquina el corazón;
la torpe inteligencia del cerebro
dormida en un rincón.
El alma, que ambiciona un paraíso,
buscándole sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué.
Voz que incesante con el mismo tono
canta el mismo cantar,
gota de agua monótona que cae
y cae sin cesar.
Así van deslizándose los días
uno de otros en pos,
hoy lo mismo que ayer… y todos ellos
sin gozo ni dolor.
¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
¡Amargo es el dolor pero siquiera
padecer es vivir!
 
 

XXI 
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía!,  ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
 
 

 
 
 
XXII 
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… yo no sé
qué te diera por un beso.





XXIII 
¿Será verdad que cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
¿Y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?
¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros:
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.




XXIV 
Las ropas desceñidas,
desnudas las espadas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
como atrae un abismo, aquel misterio
hacia sí me arrastraba.
Mas ¡ay! que de los ángeles
parecían decirme las miradas
-El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa.
 
 
 
 
XXV 
Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
¡en átomos leves
cual ella desecho!
Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a dó brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.
En el mar de la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.
 
 
 
XXVI 
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!
¡No podía ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No podía ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque…
¡No podía ser!



XXVII 
Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza
y hasta el sauce inclinándose a su peso
al río que le besa, vuelve un beso.
 
 
XXVIII 
Antes que tú me moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
en su empeño tenaz
se sentará a las puertas de la Muerte,
esperándote allá.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo…
¿Quién deja de llamar?
Entonces, que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán.
Allí, donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar.
Allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad.
Todo cuanto los dos hemos callado
allí lo hemos de hablar.
 
 
 
XXIX 
Tu pupila es azul y cuando ríes
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
 
 
 
XXX 
Nuestra pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.
Pero fue lo peor de aquella historia
que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
y a mí, sólo las lágrimas.
 
 
XXXI 
Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
¡diera, alma mía,
cuanto poseo,
la luz, el aire
y el pensamiento!
Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
¡diera, alma mía,
cuanto deseo,
la fama, el oro,
la gloria, el genio!
Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.
 
 
 
XXXII 
Este armazón de huesos y pellejo
de pasear una cabeza loca
se halla cansado al fin y no lo extraño
pues aunque es la verdad que no soy viejo,
de la parte de vida que me toca
en la vida del mundo, por mi daño
he hecho un uso tal, que juraría
que he condensado un siglo en cada día.
Así, aunque ahora muriera,
no podría decir que no he vivido;
que el sayo, al parecer nuevo por fuera,
conozco que por dentro ha envejecido.
¡Ha envejecido, sí; pese a mi estrella!
harto lo dice ya mi afán doliente;
que hay dolor que al pasar su horrible huella
graba en el corazón, si no en la frente.
 
 
XXXIII 
Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.
Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.
Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.
Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al juntarse allá en el cielo
forman una nube blanca.
Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.



XXXIV 
Dejé la luz a un lado y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.


 
 
 
 
 
XXXV 
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
  
 
 

XXXVI
 
Cuando volvemos las fugaces horas
del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.
Y al fin resbala y cae como gota
del rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana
volveremos los dos a suspirar.


XXXVII 
Sabe si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.



XXXVIII 
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres…
ésas… ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
ésas… ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido… desengáñate,
nadie así te amará.



BÉCQUER, GUSTAVO ADOLFO
LXV  

 
Cruza callada y son sus movimientos
silenciosa armonía:
suenan sus pasos y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica. 
 
 
Los ojos entreabre, aquellos ojos
tan claros como el día,
y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas. 
 
 
Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva:
llora, y es cada lágrima un poema
de ternura infinita. 
 
 
Ella tiene la luz, tiene el perfume
el color y la línea,
la forma engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.
 
 
¿Qué es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga. 
 
 
 
 
LXVI  
Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,
Dios sabe cuántas veces
con paso perezoso
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico. 
 
 
Y ayer… un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo al presentarnos
un amigo oficioso:
“Creo que en alguna parte
he visto a usted” ¡Ah bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono
y andábais allí a caza
de galantes embrollos;
qué historia habéis perdido,
qué manjar tan sabroso
para ser devorado
sotto voce en un corro
detrás del abanico
de plumas y de oro!
 
 
¡Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico,
callad y que el secreto
no salga de vosotros!
Callad; que por mi parte
yo lo he olvidado todo:
y ella… ella, no hay máscara
semejante a su rostro. 
 
 
 
 
LXVII 
 ¿De dónde vengo?… El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna. 
 
 
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba. 
 
 
 
 
 
LXVIII  
Como enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas. 
 
 
Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y unos tras otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona. 
 
 
 
 
LXIX  
Es cuestión de palabras y no obstante
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está. 
 
 
¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga dónde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad! 
 
 
 
 
LXX  
De lo poco de vida que me resta
diera con gusto los mejores años,
por saber lo que a otros
de mí has hablado.
 
 
Y esta vida mortal y de la eterna
lo que me toque, si me toca algo,
por saber lo que a solas
de mí has pensado. 
 
 
 
 
LXXI  
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron. 
 
 
 
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo. 
 
 
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento: 
 
 
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!! 
 
 
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros. 
 
 
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto. 
 
 
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé en un momento: 
 
 
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
 
 
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo. 
 
 
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo. 
 
 
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras,
yo pensé en un momento: 
 
 
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!! 
 
 
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo. 
 
 
Allí cae la lluvia
con un son eterno:
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!… 
 
 
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo 
 
 
¡a dejar tan tristes,
tan solos los muertos! 
 
 
 
 
 
LXXII  
Te vi un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol. 
 
 
A dondequiera que la vista clavo
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,
unos ojos, los tuyos, nada más. 
 
 
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir:
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí. 
 
 
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran no lo sé. 
 
 
 
 
LXXIII  
Pasaba arrolladora en su hermosura
y el paso le dejé;
ni aun a mirarla me volví, y, no obstante,
algo a mi oído murmuró: “ésa es”. 
 
 
¿Quién reunió la tarde a la mañana?
Lo ignoro; sólo sé
que en una breve noche de verano
se unieron los crepúsculos, y… “fue”. 
 
 
 
 
LXXIV  
En la imponente nave
del templo bizantino,
vi la gótica tumba a la indecisa
luz que temblaba en los pintados vidrios.
Las manos sobre el pecho,
y en las manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna del cincel prodigio. 
 
 
Del cuerpo abandonado
al dulce peso hundido,
cual si de blanda pluma y raso fuera
se plegaba su lecho de granito.
De la sonrisa última
el resplandor divino,
guardaba el rostro, como el cielo guarda
del sol que muere el rayo fugitivo. 
 
 
Del cabezal de piedra
sentados en el filo,
dos ángeles, el dedo sobre el labio,
imponían silencio en el recinto.
Nos parecía muerta;
de los arcos macizos
parecía dormir en la penumbra
y que en sueños veía el paraíso. 
 
 
Me acerqué de la nave
al ángulo sombrío,
con el callado paso que llegamos
junto a la cuna donde duerme un niño.
La contemplé un momento
y aquel resplandor tibio,
aquel lecho de piedra que ofrecía
próximo al muro otro lugar vacío,
en el alma avivaron
la sed de lo infinito,
el ansia de esa vida de la muerte,
para la que un instante son los siglos… 
 
 
Cansado del combate
en que luchando vivo,
alguna vez me acuerdo con envidia
de aquel rincón oscuro y escondido.
De aquella muda y pálida
mujer me acuerdo y digo:
¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo! 
 
 
 
 
LXXV  
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa:
antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca. 
 
 
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda;
que es una estatua inanimada…; pero…
¡es tan hermosa! 
 
 
 
 
LXXVI 
 No dormía; vagaba en ese limbo
en que cambian de forma los objetos,
misteriosos espacios que separan
la vigilia del sueño. 
 
 
Las ideas que en ronda silenciosa
daban vueltas en torno a mi cerebro,
poco a poco en su danza se movían
con un compás más lento. 
 
 
De la luz que entra al alma por los ojos
los párpados velaban el reflejo;
mas otra luz el mundo de visiones
alumbraba por dentro. 
 
 
En este punto resonó en mi oído
un rumor semejante al que en el templo
vaga confuso al terminar los fieles
con un Amén sus rezos. 
 
 
Y oí como una voz delgada y triste
que por mi nombre me llamó a lo lejos,
y sentí el olor de cirios apagados,
de humedad y de incienso. 
 
 
Entró la noche y del olvido en brazos
caí cual piedra en su profundo seno:
Dormí y al despertar exclamé: “Alguien
que yo quería ha muerto!” 
 
 
 
 
 
LXXVII  
Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón. 
 
 
Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
Porque no brota sangre de la herida…
Porque el muerto está en pie. 
 
 
 
 
LXXVIII  
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso… ni lo pudiste sospechar.    
 
 
 
 
LXXIX 
 Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del Profeta. 
 
 
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera
y las ondas del Océano
y el laurel de los poetas. 
 
 
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que te quejas,
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas. 
 
 
Que parecen sus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella. 
 
 
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas. 
 
 
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas. 
 
 
Que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás si negros o azules
se tornasen lo sintieras. 
 
 
 
 
LXXX  
Aire que besa, corazón que llora,
águila del dolor y la pasión,
cruz resignada, alma que perdona…
eso soy yo. 
 
 
Serpiente del amor, risa traidora,
verdugo del ensueño y de la luz,
perfumado puñal, beso enconado…
eso eres tú. 
 
 
 
 
 
LXXXI 
 Apoyando mi frente calurosa
en el frío cristal de la ventana,
en el silencio de la oscura noche
de su balcón mis ojos no apartaba.
En medio de la sombra misteriosa
su vidriera lucía iluminada,
dejando que mi vista penetrase
en el puro santuario de su estancia.
Pálido como el mármol el semblante;
la blonda cabellera destrenzada,
acariciando sus sedosas ondas,
sus hombros de alabastro y su garganta,
mis ojos la veían, y mis ojos
al verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase al espejo; dulcemente
sonreía a su bella imagen lánguida,
y sus mudas lisonjas al espejo
con un beso dulcísimo pagaba…
Más la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse como sombra vana,
y dormido quedé, dándome celos
el cristal que su boca acariciara. 
 
 
 
 
LXXXII  
Errante por el mundo fui gritando:
«La gloria ¿dónde está?»
Y una voz misteriosa contestóme:
«Más allá… más allá…» 
 
 
En pos de ella perseguí el camino
que la voz me marcó;
halléla al fin, pero en aquel instante
el humo se truncó. 
 
 
Mas el humo, formando denso velo,
se empezó a remontar
y penetrando en la azulada esfera
al cielo fue a parar.
 
 
 
 
 
 VXXXIII 
 Es el alba una sombra
de tu sonrisa,
y un rayo de tus ojos
la luz del día;
pero tu alma
es la noche de invierno,
negra y helada. 
 
 
 
 
 
LXXXIV  
Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo… 
 
 
 
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo;
un sueño que durara hasta la muerte!
Yo soñaría con mi amor y el tuyo. 
 
 
 
 
LXXXV  
Esas quejas del piano
a intervalos desprendidas,
sirenas adormecidas
que evoca tu blanca mano,
no esparcen al aire en vano
el melancólico son;
pues de la oculta mansión
en que mi pasión se esconde,
a cada nota responde
un eco del corazón. 
 
 
 
 
LXXXVI  
Flores tronchadas, marchitas hojas
arrastra el viento;
en los espacios, tristes gemidos
repite el eco. 
 
 
En las nieblas de los pasados,
en las regiones del pensamiento
gemidos tristes, marchitas galas
son mis recuerdos. 
 
 
 
 
LXXXVII  
Lejos y entre los árboles
de la intricada selva
¿no ves algo que brilla
y llora? Es una estrella. 
 
 
Ya se la ve más próxima,
como a través de un tul,
de una ermita en el pórtico
brillar. Es una luz. 
 
 
De la carrera rápida
el término está aquí.
Desilusión. No es lámpara ni estrella
la luz que hemos seguido: es un candil. 
 
 
 
 
LXXXVIII  
Nave que surca los mares,
y que empuja el vendaval,
y que acaricia la espuma,
de los hombres es la vida;
su puerto, la eternidad. 
 
 
 
 
LXXXIX  
Negros fantasmas,
nubes sombrías,
huyen ante el destello
de la luz divina.
Esa luz santa,
niña de negros ojos,
es la esperanza. 
 
 
Al calor de sus rayos
mi fe gigante
contra desdenes lucha
sin amenguarse.
En este empeño
es, si grande el martirio,
mayor el premio. 
 
 
Y si aún muestras, esquiva
alma de nieve,
si aún no me quisieras,
yo no he de quererte:
mi amor es roca
donde se estrellan tímidas
del mal las olas. 
 
 
 
 
XC  
¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora? 
 
 
¿No sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota? 
 
 
¿No sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa? 
 
 
¿No viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba? 
 
 
Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca. 
 
 
 
 
XCI  
Para encontrar tu rostro
miraba al cielo
que no es bien que tu imagen
se halle en el suelo;
si de allí vino,
él buscaba su origen,
no es desvarío. 
 
 
 
 
XCII  
Para que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que se llenen de emoción tu pecho
hice mis versos yo. 
 
 
Para que encuentres en tu pecho asilo
y le des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo no puedo darles,
hice mis versos yo. 
 
 
Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tu con mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo. 
 
 
 
 
XCIII  
Patriarcas que fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Almas cándidas, santos inocentes
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado,
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Mártires que ganasteis vuestras palmas
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que os dio fortaleza en los tormentos
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Vírgenes semejantes a azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas,
¡rogadle por nosotros! 
 
 
Doctores, cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber, rico tesoro,
al que es caudal de ciencia inextinguible,
¡rogadle por nosotros! 
 
 
¡Soldados del ejército de Cristo!
¡Santos y Santas todos!
Rogadle que perdone nuestras culpas
¡a aquel que vive y reina entre vosotros! 
 
 
 
 
XCIV  
Podrá nublarse el sol eternamente,
podrá secarse en un instante el mar,
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal. 
 
 
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón,
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor. 
 
 
 
 
XCV  
¡Quién fuera luna,
quién fuera brisa,
quién fuera sol!
¡Quién del crepúsculo
fuera la hora,
quién el instante
de tu oración! 
 
 
¡Quién fuera parte
de la plegaria
que solitaria
mandas a Dios! 
 
 
¡Quién fuera luna
quién fuera brisa,
quién fuera sol!… 
 
 
 
 
XCVI  
Si copia tu frente
del río cercano la pura corriente
y miras tu rostro del amor encendido,
soy yo, que me escondo
del agua en el fondo
y, loco de amores, a amar te convido;
soy yo, que, en tu pecho buscada morada,
envío a tus ojos mi ardiente mirada,
mi blanca divina…
y el fuego que siento la faz te ilumina. 
 
 
Si en medio del valle
en tardo se trueca tu amor animado,
vacila tu planta, se pliega tu talle…
soy yo, dueño amado,
que, en no vistos lazos
de amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
soy yo quien te teje la alfombra florida
que vuelve a tu cuerpo la fuerza de la vida;
soy yo, que te sigo
en alas del viento soñando contigo. 
 
 
Si estando en tu lecho
escuchas acaso celeste armonía
que llena de goces tu cándido pecho,
soy yo, vida mía…
Soy yo, que levanto
al cielo tranquilo mi férvido canto;
soy yo, que, los aires cruzando ligero
por un ignorado, movible sendero,
ansioso de calma,
sediento de amores, penetro en tu alma. 
 
 
 
 
XCVII  
Solitario, triste y mudo
hállase aquel cementerio;
sus habitantes no lloran…
¡Qué felices son los muertos! 
 
 
 
 
XCVIII  
Tu aliento es el aliento de las flores,
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día
y el color de la rosa es tu color. 
 
 
Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto,
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor. 
 
 
 
 
XCIX  
 
Yo me acogí, como perdido nauta,
a una mujer, para pedirle amor,
y fue su amor cansancio a mis sentidos,
hielo a mi corazón. 
 
Y quedé, de mi vida en la carrera,
que un mundo de esperanza ayer pobló,
como queda un viandante en el desierto:
¡A solas con Dios! 
 
 
 
 
 
Yo soy el rayo, la dulce brisa,
lágrima ardiente, fresca sonrisa,
flor peregrina, rama tronchada;
yo soy quien vibra, flecha acerada. 
 
 
Hay en mi esencia como en las flores
de mil perfumes suaves vapores,
y su fragancia fascinadora,
trastorna el alma de quien adora. 
 
 
Yo mis aromas doquier prodigo
ya el más horrible dolor mitigo,
y en grato, dulce, tierno delirio,
cambio el más duro crüel martirio. 
 
 
¡Ah! yo encadeno los corazones,
mas son de flores los eslabones.
Navego por los mares,
voy por el viento
alejo los pesares
del pensamiento.
Yo en dicha o pena,
reparto a los mortales
con faz serena. 
 
 
Poder terrible que en mis antojos
brota sonrisas o brota enojos;
poder que abrasa un alma helada
si airado vibro flecha acerada. 
 
 
Doy las dulces sonrisas
a las hermosas;
coloro sus mejillas
de nieve y rosas;
humedezco sus labios
y sus miradas,
hago prometer dichas
no imaginadas. 
 
 
 
Yo hago amable el reposo
grato, halagüeño,
o alejo de los seres
el dulce sueño,
todo a mi poderío
rinde homenaje;
todo a mi corona
dan vasallaje. 
 
Soy el amor rey del mundo,
niña tirana
ámame, y tú la reina
serás mañana.
 
 
 
 
 
BÉCQUER, GUSTAVO ADOLFO 
XXXIX  
 
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas;
pero siempre habrá poesía. 
 
 
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista, 
 
 
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía! 
 
 
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista, 
 
 
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía! 
 
 
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila; 
 
 
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía! 
 
 
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira, 
 
 
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía! 
 
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma,
brotará el agua de la estéril roca.
 
 

 
XL  
 
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró. 
 
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá ¿por qué no lloré yo?

 
  
XLI  
Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja. 
 
 
 

XLII  
 
Sacudimiento extraño
que agita las ideas
como huracán que empuja
las olas en tropel. 
 
 
Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder. 
 
 
Deformes siluetas
de seres imposibles,
paisajes que aparecen
como al través de un tul. 
 
 
Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del Iris
que nadan en la luz. 
 
 
Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás. 
 
 
Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar. 
 
 
Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador. 
 
 
Locura que el espíritu
exalta y desfallece;
embriaguez divina
del genio creador.
Tal es la inspiración. 
 
 
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer,
brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel. 
 
 
Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata,
sol que las nubes rompe
y toca en el cenit. 
 
 
Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.
 
 
 Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás. 
 
 
Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal. 
 
 
Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción. 
 
 
Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
descanso en que el espíritu
recobra su vigor. 
 
 
Tal es nuestra razón.
Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos. 
 
 
 
XLIII  
 
Si al mecer las azules campanillas
de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
murmurador,
sabe que oculto entre las verdes hojas
suspiro yo. 
 
 
Si al resonar confuso a tus espaldas
vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
lejana voz,
sabe que entre las sombras que te cercan
te llamo yo. 
 
 
Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo. 
 
 
 
 
XLIV  
 
Dices que tienes corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es corazón… es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido. 
 
 
 
 
XLV  
 
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará? 
 
 
Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará? 
 
 
Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará? 
 
 
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración al oírla,
¿quién murmurará? 
 
 
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa
¿quién vendrá a llorar? 
 
 
¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará? 
 
 
 
 
XLVI  
 
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada. 
 
 
Oigo flotando en las olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa! 
 
 
 
 
XLVII  
 
Llegó la noche y no encontré un asilo
¡y tuve sed!… mis lágrimas bebí;
¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
cerré para morir! 
 
 
¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído
de las turbas llegaba el ronco hervir,
yo era huérfano y pobre… ¡El mundo estaba
desierto… para mí! 
 
 
 
 
XLVIII  
 
Fingiendo realidades
con sombra vana,
delante del Deseo
va la Esperanza.
Y sus mentiras
como el Fénix renacen
de sus cenizas. 
 
 
 
XLIX  
 
Al brillar un relámpago nacemos
y aún dura su fulgor cuando morimos;
¡tan corto es el vivir!
La Gloria y el Amor tras que corremos
sombras de un sueño son que perseguimos;
 
 
 
 
 
 
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…
¡hoy creo en Dios!
 
 
 
LI  
 
-Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
-No es a ti: no. 
 
 
-Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
-No: no es a ti. 
 
 
-Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
-¡Oh, ven; ven tú! 
 
 
 
 
LII  
 
Cuando sobre el pecho inclinas
la melancólica frente
una azucena tronchada
me pareces. 
 
 
Porque al darte la pureza
de que es símbolo celeste,
como a ella te hizo Dios
de oro y nieve. 
 
 
 
LIII  
 
Sobre la falda tenía
el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos las letras
ninguno, creo,
mas guardábamos ambos
hondo silencio. 
 
 
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso. 
 
 
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
yo dije trémulo:
¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
¡Ya lo comprendo! 
 
 
 
 
LIV  
 
Si de nuestros agravios en un libro
se escribiese la historia
y se borrase en nuestras almas cuanto
se borrase en sus hojas; 
 
 
te quiero tanto aún; dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una
¡las borraba yo todas! 
 
 
 
LV  
 
Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo. 
 
 
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron? 
 
 
 
 
LVI  
 
Primero es un albor trémulo y vago,
raya de inquieta luz que corta el mar;
luego chispea y crece y se dilata
en ardiente explosión de claridad. 
 
 
La brilladora lumbre es la alegría;
la temerosa sombra es el pesar:
¡Ay! en la oscura noche de mi alma,
¿cuándo amanecerá? 
 
 
 
 
LVII  
 
Como la brisa que la sangre orea
sobre el oscuro campo de batalla,
cargada de perfumes y armonías
en el silencio de la noche vaga. 
 
 
Símbolo del dolor y la ternura,
del bardo inglés en el horrible drama
la dulce Ofelia, la razón perdida,
cogiendo flores y cantando pasa. 
 
 
 
 
LVIII  
 
Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar? 
 
 
Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón? 
 
 
Y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber? 
 
 
 
 
LIX  
 
¡Cuántas veces al pie de las musgosas
paredes que la guardan
oí la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!
¡Cuántas veces trazó mi silueta
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias! 
 
 
Cuando en sombras la iglesia se envolvía
de su ojiva calada,
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!
Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro entre las voces percibía
su voz vibrante y clara. 
 
 
En las noches de invierno, si un medroso
por la desierta plaza
se atrevía a cruzar, al divisarme,
el paso aceleraba.
Y no faltó una vieja que en el torno
dijese a la mañana
que de algún sacristán muerto en pecado
acaso era yo el alma. 
 
 
A oscuras conocía los rincones
del atrio y la portada;
de mis pies las ortigas que allí crecen
las huellas tal vez guardan.
Los búhos, que espantados me seguían
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme con el tiempo
como a un buen camarada. 
 
A mi lado sin miedo los reptiles
se movían a rastras;
¡hasta los mudos santos de granito
creo que me saludaban! 
 
 
 

LX 
 
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.
 
 
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces.
¡Como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul! 
 
 
En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
eso soy yo. 
 
 
¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión! 
 
 
 
LXI  
 
No sé lo que he soñado
en la noche pasada.
Triste, muy triste debió ser el sueño
pues despierto, la angustia me duraba. 
 
 
Noté al incorporarme
húmeda la almohada
y por primera [vez] sentí, al notarlo,
de un amargo placer henchirse el alma. 
 
 
Triste cosa es el sueño
que llanto nos arranca,
mas tengo en mi tristeza una alegría…
¡Sé que aún me quedan lágrimas! 
 
 
 
 
LXII  
 
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea. 
 
 
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas. 
 
 
Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena. 
 
 
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela. 
 
 
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas. 
 
 
En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruinas yedra. 
 
 
Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta. 
 
 
Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca. 
 
 
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa. 
 
 
Yo en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta. 
 
 
Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean. 
 
 
Yo en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras. 
 
 
Yo en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos
contemplo sus riquezas. 
 
 
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda. 
 
 
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera. 
 
 
Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan. 
 
 
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra. 
 
 
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea. 
 
 
Yo en fin soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.
 
 
 
 
LXIII  
 
Despierta tiemblo al mirarte,
dormida me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes. 
 
 
Despierta ríes y al reír tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.
 
 
 Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
que deja un sol que muere. 
 
 
¡Duerme! 
 
 
Despierta miras y al mirar, tus ojos
húmedos resplandecen,
como la onda azul en cuya cresta
chispeando el sol hiere. 
 
 
A través de tus párpados dormida,
tranquilo fulgor vierten,
cual derrama de luz templado rayo
lámpara transparente. 
 
 
¡Duerme! 
 
 
Despierta hablas y al hablar, vibrantes
tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes. 
 
 
Dormida en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue
escucho yo un poema que mi alma
enamorada entiende
 
 
 ¡Duerme! 
 
 
Sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne. 
 
 
De tu balcón las persianas
cerré ya porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte. 
 
 
¡Duerme! 
 
 
Como enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas. 
 
 
Yo los quiero ahuyentar.  ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y unos tras otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona. 
 
 
 
 
LXIV  
 
Como guarda el avaro su tesoro
guardaba mi dolor;
le quería probar que hay algo eterno
a la que eterno me juró su amor. 
 
Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo
que le agotó, decir:
¡ah, barro miserable, eternamente
no podrás ni aun sufrir!

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