La que murió de su vestido azul está cantando. Canta imbuida
de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido
azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos
de los latidos de su corazón muerto. Expuesta a todas las perdiciones,
ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la
buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios y del frío
gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre la sed y
la mano que busca el vaso. Ella canta.
a Olga Orozco
Vértigos o contemplación de algo que termina
Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así
Privilegio
I
Ya perdido el nombre que me llamaba,
su rostro rueda por mí
como el sonido del agua en la noche,
del agua cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi memoria
II
El más hermoso
en la noche de los que se van,
oh deseado,
es sin fin tu no volver,
sombra tú hasta el día de los días
Nuit du Coeur
Otoño en el azul de un muro: sé amparo de las pequeñas muertas.
Cada noche, en la duración de un grito, viene una sombra
nueva. A solas danza la misteriosa autónoma. Comparto su miedo de
animal muy joven en la primera noche de las cacerías.
Fragmentos para dominar al silencio
I
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias,
desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y
lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral.
¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta
de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con
su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados
sellas las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto
florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante.
Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora)
no tiene sentido, no tiene destino.
Sortilegios
Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor
insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado
más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único
calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que
siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y
respirar y a mí que nadie me enseño a llorar y nadie me enseñara ni
siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración
con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola,
la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado
al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y
cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las
grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y
yo me quedo como rehén en perpetua posesión.
Un sueño donde el silencio es de oro
El perro del invierno dentella mi sonrisa. Fue en el puente.
Yo estaba desnuda y llevaba un sombrero con flores y arrastraba mi
cadáver también desnudo y con un sombrero de hojas secas.
He tenido mucho amores -dije- pero el más hermoso fue mi amor por los espejos.
Estar
Vigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya.
No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.
Signos en los muros
narran la bella lejanía.
(Haz que no muera
sin volver a verte.)
Las promesas de la música
Detrás de un muro blanco la variedad del arco iris. La
muñeca en su jaula está haciendo el otoño. Es el despertar a las
ofrendas. Un jardín recién creado, un llanto detrás de la música. Y que
suene siempre, así nadie asistirá al movimiento del nacimiento, a la
mímica de las ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a este
silenciosa que también soy. Y que de mí no que demás que la alegría de
quien pidió entrar y le fue concedido. Es la música, es la muerte, lo
que yo quise decir en las noches variadas como los colores del bosque.
Continuidad
No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas tienen
bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero quién habla en la
habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de papel.
Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío –dije. (La
luz se amaba en mi oscuridad. Supe que ya no había cuando me encontré
diciendo: soy yo.) Cúrame –dije.
Como agua sobre una piedra
a quien retorna en busca de su antiguo buscar
la noche se le cierra como agua sobre una piedra
como aire sobre un pájaro
como se cierran dos cuerpos al amarse
Extracción de la piedra de la locura
Elles, les âmes (…), sont malades et elles souffrent et nul
ne leur porte remède; elles sont blessées et brisés et nul ne les panse.
Ruysbroeck
La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en
todo lo que leí acerca del espíritu… Cerré los ojos, vi cuerpos
luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas
vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de
tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.
Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer
una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en
el bosque.
Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en
la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por
saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A
quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea
otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera
hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona
¿otorgada por quién?, ¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado? El
invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio,
has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te
recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas
tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a
ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del
reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la
triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no
hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo
que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en
tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo,
habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan
oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del
silencio.
De repente poseída por un funesto presentimiento de un
viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría
que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque.
Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada
debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo
ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No
quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un
silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños
perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser mí si nada rima con nada.
Te despeñas. Es el sinfín desesperante, igual y no obstante
contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un manantial cesa
aparece otro que reanuda el fin de las aguas.
Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.
En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.
Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse
y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo
tiempo.
Hubiese querido más que esto y a la vez nada.
Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse
gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de
vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron
una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba deposita a su vástago en el
umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo
maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y
las plagas para los que duermen en paz.
Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente
existes, te disfrazas de pequeña asesina, te das miedo frente al
espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre sobre mí.
Éxtasis innoble. Tú sabes que te han humillado hasta cuando te
mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas
presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se
lo beban.
Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.
Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que
miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su
lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No
(dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco
pero el modo de ofenderse es el mismo.
Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda
la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios
muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y
parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro
como olas, hermosos como soles.
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos
y ahora que tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un
cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en
movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y
danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro -déjate
caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo
de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras
azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado
tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a
contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas,
me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo
momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis
párpados cerrados.
Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas
celeste yo entro por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo
habito en la palma de su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco
de sangre adiós oh adiós.
Como una voz no lejos de la noche arde el fuego más exacto.
Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque hecho cenizas. Una
vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo.
Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor, mira cómo la pequeña
calavera de perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea
con hojas secas que tiemblan en torno a ella. Grietas y agujeros en mi
persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de
los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna.
Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada
de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa
elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre
dioses. Yo relato mi víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu guarida y
no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a
salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú hablas del soplo
de los dioses.
No me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una
princesita ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño
en un jardín.
Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que
me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello
nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece
cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que
duran en la hoja después de haber borrado un dibujo que representaba
una casa, un árbol, el sol y un animal.
Si no vino es porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada
esperabas de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué
quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites,
un naufragio en tus propias aguas, oh avara.
Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar.
Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos.
Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta.
Rápido, tu voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto
que hacer y yo me deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En
el sueño el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te
inmunizan. ( Y aún tienes cara de niña; varios años más y no le caerás
en gracia ni a los perros.)
mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido
La que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la
infancia más fiel. A falta de eso -que no es mucho-, la voz que injuria
tiene razón.
La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.
El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado
tarde, el haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía
pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me
vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), palabras
buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la
arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que
alguien tenía a que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de
corazón, la vía del éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos
rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el
cuerpo y en los sueños.
Puertas del corazón, pero apaleado, veo un templo, tiemblo,
¿que pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal
palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón,
respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa
traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo;
medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de
mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero
morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es
soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes?
Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.
Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas
rotas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te desgarras.
Te los prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo
dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De
pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas.
Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos,
recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido
cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de
mí, de la música, de los poemas, por qué no dije del agujero de
ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por
qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?
Noche compartida en el recuerdo de una huida
Golpes en la tumba. Al filo de las palabras golpes en la
tumba. Quién vive, dije. Yo dije quién vive. Y hasta cuándo esta
intromisión de lo externo de lo interno, o de lo menos interno de lo
interno, que se va tejiendo como un manto de arpillera sobre mi pobreza
indecible. No fue el sueño, no fue la vigilia, no fue el crimen, no fue
el nacimiento: solamente el golpear como un pesado cuchillo sobre la
tumba de mi amigo. Y lo absurdo de mi costado derecho, lo absurdo de un
sauce inclinado hacia la derecha sobre un río, mi brazo derecho, mi
hombro derecho, mi oreja derecha, mi desposesión. Desviarme hacia mi
muchacha izquierda —manchas azules en mi palma izquierda, misteriosas
manchas azules—, mi zona de silencio virgen, mi lugar de reposo en
donde me estoy esperando. No aún es demasiado desconocida, aún no sé
reconocer estos sonidos nuevos que están iniciando un canto de queja
diferente del mío que es un canto de quemada, que es un canto de niña
perdida en una silenciosa ciudad en ruinas.
¿Y cuántos centenares de años hace que estoy muerta y te amo?
Escucho mis voces, los coros de los muertos. Atrapada entre
las rocas: empotrada en la hendidura de una roca. No soy yo la
hablante: es el viento que me hace aletear para que yo crea que estos
cánticos del azar que se formulan por obra del movimiento son palabras
venidas de mí.
Y esto fue cuando empecé a morirme, cuando golpearon en los
cimientos y me recordé. Suenan las trompetas de la muerte. el cortejo
de muñecas de corazones de espejo con mis ojos azul—verdes reflejados
en cada uno de los corazones .
Imitas viejos gestos heredados. Las damas de antaño cantaban
entre muros leprosos, escuchaban trompetas de la muerte, miraban
desfilar —ellas, las imaginadas— un cortejo imaginario de muñecas con
corazones de espejo y en cada corazón mis ojos de pájara de papel
dorado embestida por el viento. La imaginada pajarita cree cantar; en
verdad sólo murmura como un sauce inclinado sobre el río.
Muñequita de papel, yo la recorté en papel celeste, verde,
rojo, y se quedó en el suelo, en el máximo de la carencia de relieves y
de dimensiones. En medio del camino te incrustaron, figurita errante,
estás en el medio del camino y nadie te distingue pues no te
diferencias del suelo aun si a veces gritas, pero hay tantas cosas que
gritan en un camino ¿por qué irían a ver qué significa esa mancha
verde, celeste, roja?
Si fuertemente, a sangre y fuego, se graban mis imágenes,
sin sonidos, sin colores, ni siquiera lo blanco. Si se intensifica el
rastro de los animales nocturnos en las inscripciones de mis huesos. Si
me afinco en el lugar del recuerdo como una criatura se atiene a la
saliente de una montaña y al más pequeño movimiento hecho de olvido cae
—hablo de lo irremediable, pido lo irremediable—, el cuerpo desatado y
los huesos desparramados en el silencio de la nieve traidora.
Proyectada hacia el regreso, cúbreme con una mortaja lila. Y luego
cántame una canción de una ternura sin precedentes, una canción que no
diga de la vida ni de la muerte sino de gestos levísimos como el más
imperceptible ademán de aquiescencia , una canción que sea menos que
una canción, una canción como un dibujo que representa una pequeña casa
debajo de un sol al que le faltan algunos rayos; allí ha de poder vivir
la muñequita de papel verde, celeste y rojo; allí se ha de poder erguir
y tal vez andar en su casita dibujada sobre una página en blanco.
Linterna sorda
Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche
tiene el color de los párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo.
Palabra por palabra yo escribo la noche.
ALEJANDRA PIZARNIK