Enviado por Melacio Castro, escritor peruano residente en Alemania.
Corto como un tuit y rotundo como un aforismo, el haiku ha sido una gran influencia en el siglo XX.Varios libros demuestran la fortuna de esta estrofa de origen japonés en la poesía actual
LUIS BAGUÉ QUÍLEZ
EL PAÍS, 1 FEB 2014
A menudo se ha dicho que el haiku es el soneto de los vagos. También
podría considerarse el terceto de los pobres, donde se demuestra por la
vía de los hechos el lema arquitectónico de Mies van der Rohe: “Menos es
más”. Amarrado al duro banco de una galera de cinco, siete y cinco
sílabas, el autor de haikus ha aprendido a remar a contracorriente de lo
consabido. En tiempos de austeridad y minima moralia, este recipiente
lírico reúne la economía de medios del tuit, la sentenciosa rotundidad
del aforismo y la proverbial sabiduría del refrán. Todo haiku aspira a
dejar su impronta en la sensibilidad del lector y a noquearlo con un
puñetazo en los ojos. Lo sabía Matsuo Basho, que en el siglo XVII
reformuló el haikai no renga y popularizó la forma volandera que
conocemos en la actualidad. Atalanta acaba de reeditar el diario de
viaje de Basho (Sendas de Oku),en la versión de Octavio Paz y Eikichi
Hayashiya.
La reciente publicación de Un viejo estanque.
Antología de haiku contemporáneo en español, en la colección La Veleta
(Granada, Comares, 2013), confirma la permanencia de un molde
compositivo que es antiguo y moderno al mismo tiempo. En el prólogo del
volumen, Fernando Rodríguez-Izquierdo define el haiku como un “breve
poema sensitivo” en el que se conjugan el ojo avizor, la sonoridad
rítmica, el aroma del lenguaje, el placer del apetito y la textura del
misterio. A su vez, la selección de Susana Benet y Frutos Soriano
funciona como un escaparate en el que comparecen 135 autores del orbe
panhispánico, algunos representados con profusión de ejemplos y otros
con un botón de muestra, pues el haiku puede ser una dedicación
exclusiva o un trabajo a tiempo parcial. Aunque convendría una
organización en núcleos temáticos y una información bibliográfica más
detallada —con la procedencia de los textos—, esta amplia selección
ofrece numerosos alicientes para el fiel comensal y para el ocasional
degustador de haikus.
Se aprecia el interés suscitado por esta
estructura en abundantes trabajos críticos, desde El jaiku en España
(1984), de Pedro Aullón de Haro, hasta las recientes aportaciones de
Fernando Rodríguez-Izquierdo, Vicente Haya, Teresa Herrero o Josep M.
Rodríguez. Asimismo, en el nuevo milenio han prosperado las antologías
(Alfileres.El haiku en la poesía española última), las páginas web (El
Rincón del Haiku) y los libros consagrados en exclusiva a dicho género o
a algún primo hermano, como el tanka. En los anaqueles de la literatura
española se dan cita los haikus ornitológicos de Antonio Cabrera, los
haikus urbanos de Andrés Neuman y los títulos de consumados haijinescomo
Susana Benet, José Cereijo, Rafael Fombellida, Juan Antonio González
Fuentes, Ricardo Virtanen, Martín López-Vega o Verónica Aranda. En suma,
un libro de haikus ha dejado de concebirse como un pintoresco exotismo
para incorporarse a la poesía sin aditivos ni denominación de origen.
Sin embargo, ni es haiku todo lo que reluce ni todo el Parnaso es
orégano. El haiku se identifica con un esquema métrico, con una manera
de estar en el mundo o con ambas cosas. Los puristas exigen que su
receta incluya determinados ingredientes: presencia de la naturaleza o
de los ciclos estacionales, exaltación del instante y plasmación
objetivada de una vivencia. Los heterodoxos asumen, en cambio, que han
de vérselas con un cajón de sastre en el que cabe todo. Así, hay haikus
químicamente puros en la forma y nerudianamente impuros en el contenido,
y haikus que pulsan las cuerdas temáticas originales, pero que
comprimen o expanden sus diecisiete sílabas ad libitum. En el aderezo no
deben faltar dos condimentos: la sal de la descripción y la pimienta
del pensamiento. Por lo demás, el lector habrá de ponerle puertas al
haiku y decidir si en su templo solo se admite a los discípulos de Basho
o si tienen cabida aquellos iconoclastas dispuestos a torcerles el
cuello a los tres cisnes. Con respecto a la relatividad del arte, ya
Campoamor se había puesto la venda antes de la pedrada en un protohaiku
disfrazado de dolora: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni
mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. No
creo que a nadie se le ocurra rasgarse el quimono si otorgamos al haiku
pleno derecho dentro de la constelación de lo breve, al lado de cantares
y seguidillas. No en vano, uno de los mejores haikus de Antonio Machado
es la siguiente soleá: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; /
es ojo porque te ve”. Y, puestos a buscarle las cosquillas al género,
podríamos emparentarlo con la fórmula maestra de la greguería (humorismo
+ metáfora), con los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, con los
antipoemas de Nicanor Parra y con los gecos de Rafael Sánchez Ferlosio.
Al fin y al cabo, como cantaba Pau Donés, “en lo puro no hay futuro: /
la pureza está en la mezcla”.
Si hay una estética y hasta una
cosmética del haiku, no es de extrañar que también se reivindique su
alcance geopoético. En la tradición hispanoamericana, que sintetiza dos
orillas en un idioma, esta estrofa disfruta de una envidiable vitalidad.
Al mexicano José Juan Tablada se le atribuye su importación a través de
unos poemas sintéticos que combinan la pedrería modernista y la
adivinanza lírica: “Parece la sombrilla / este hongo policromo / de un
sapo japonista”. Abierta la veda, la preceptiva perdió fuelle y la
creación ganó adeptos. Octavio Paz se atrevió a introducir dosis
homeopáticas de metapoesía en sus composiciones: “Hecho de aire / entre
pinos y rocas / brota el poema”. Borges agitó en la misma coctelera la
filosofía zen y la escatología barroca: “El hombre ha muerto. / La barba
no lo sabe. / Crecen las uñas”. Y Mario Benedetti cultivó un
heterogéneo Rincón de haikusdonde uno puede encontrarse con un epigrama
de paisano y con un piropo a lo Baudelaire: “óyeme oye / muchacha
transeúnte / bésame el alma”. Más allá del caso de Machado, dicen los
que saben que algún que otro haiku se les cayó de entre las manos a Juan
Ramón Jiménez,Luis Cernuda y Federico García Lorca. Aunque
probablemente los haikus más impuros fueron los de los imaginistas y
beatsnorteamericanos. Ezra Pound, Kenneth Rexroth, Allen Ginsberg o Jack
Kerouac se sentían tan cómodos en la elasticidad del verso largo como
en el metrismo enjuto de las formas mínimas. Pound fue el primer hombre
capaz de meter una estación de metro en un haiku, como atestigua un
texto publicado en 1913, en la revista Poetry:“La aparición de estos
rostros en la masa, / pétalos sobre mojada y negra rama” (traducción de
Antonio Rivero Taravillo). Por su parte, los haikus delLibro de jaikus
de Jack Kerouac están llenos de gatos, huelen a gasolina y circulan por
carreteras secundarias. En ellos, el autor no vacila en rociar los
emblemas del american way of life con unas gotas de sake: “Campo de
béisbol vacío / —un petirrojo, / a saltitos por el banquillo”
(traducción de Marcos Canteli). En los últimos años un Nobel venido del
frío, Tomas Tranströmer, ha confeccionado haikus con vistas al Báltico.
En sus paisajes fragmentarios y en sus cielos a medio hacer —como los
muebles de Ikea— se advierte la evolución desde lo descriptivo hasta lo
asociativo. Si al comienzo de ‘Boceto en octubre’(Senderos, 1973)
surcaba las aguas un remolcador “pecoso de herrumbre”, treinta años
después esa imagen se refleja distorsionada en uno de sus 29 haikus
(2003): “Ya el sol parte. / Mira el remolcador, / cara de bulldog”
(traducción de Roberto Mascaró). La ironía del sueco remite a la
trascendente bufonería de los primeros haikus. Finalmente, en este cauce
discursivo confluyen las huellas de diversos mestizajes culturales: los
haikus hindúes de Jesús Aguado y de Verónica Aranda ejemplifican ese
desplazamiento por el tablero de la aldea global.
La retórica
del haiku propicia los juegos de contrastes y las oposiciones binarias.
En sus contadas sílabas combaten el paraje ameno y el capitalismo
industrial, la incitación de la belleza y el lamento por la caducidad,
la llamada en espera y la llamada urgente (“Un móvil suena / y nadie en
la avenida. / Un móvil suena”, escribe Andrés Neuman). A veces, el
choque entre los marcos semánticos desplegados se resuelve en una
colisión frontal, como ocurre en ‘F1 Haiku’, de Jorge Gimeno: “Alonso
entra en el box. // Las hormigas se echan / encima / del grano de
trigo”. Otras veces, las nuevas tecnologías constituyen un excepcional
laboratorio en el que ensayar la equivalencia entre los tres versos y
las tres uves dobles del ciberespacio. Así, Jesús Jiménez Domínguez ha
compuesto un haiku en código binario, y Javier Moreno ha adaptado una
secuencia de haikus al formato de los comandos web: “www.¿Acaso_tú /has_
pensado_lo_mismo / que_ese_gato? jk”.
Sin saltarse las bardas
de lo estipulado, los haikus de Erika Martínez y de Ana Gorría exhiben
la recreación icónica de ciertos mitos o se aproximan al arte de la
pausa y a la estética de la suspensión: “Pez y mosquito / frente a
frente en el aire. / Se quiebra el río” (‘Espejo’, de Erika Martínez);
“Cielo cerrado. / El yunque del insomnio / sobre los párpados” (Ana
Gorría). Tanto si transitan por la senda del haiku como si prefieren dar
un rodeo por sus aledaños, varios integrantes de este entorno
generacional se adhieren al fragmento como hilo conductor de la
escritura, de la reflexión y de la mirada. Es el caso de Carlos Pardo,
Josep M. Rodríguez, Mariano Peyrou, Juan Carlos Abril o Julieta Valero.
La visión atomizada de la realidad se erige ahora en la alternativa a la
antigua fiesta de la percepción. Con todo, preguntarse si en la poesía
española fue antes el fragmento o el haiku conduciría a un bizantinismo
semejante a la polémica ontológica acerca del huevo y la gallina. Ni el
fragmentarismo actual deriva sin filtraciones de los de Schlegel ni los
haikus contemporáneos son herederos directos de los de Matsuo Basho o
Kobayashi Issa. Del igual modo, un sonetista solo procede deGarcilaso en
la medida en que pertenece a un tronco genealógico común.
La
onda expansiva del haiku ha llegado también a otras artes. Buena muestra
de ello es la sintaxis del cine, desde la cadencia estacional
dePrimavera, verano, otoño, invierno… y primavera, de Kim Ki-duk, hasta
las imágenes cristalizadas de Andréi Tarkovski, los embelesos oníricos
de Akira Kurosawa y las sabrosas cerezas de Abbas Kiarostami. El poso de
lo cotidiano y la levedad de lo pasajero explican la extraña
fascinación que provoca el haiku en el lector occidental. La aparición
deUn viejo estanque es un estupendo pretexto para repasar la prueba del
tres.
Un viejo estanque. Antología del haiku
contemporáneo en español. Edición de Susana Benet y Frutos Soriano.
Comares-La Veleta. Granada, 2014. 192 páginas. 19 euros.
Sendas de Oku. Matsuo Basho. Edición de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya. Atalanta. Girona, 2014. 196 páginas. 18 euros.
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Así, quizás mi poesía sea eterna.
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG M
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