viernes, octubre 09, 2020

POEMAS DE CHARLES POEMAS DE BAUDELAIRE

 


BAUDELAIRE, CHARLES
A UNA TRANSEÚNTE 

 
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos, 

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante. 

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás? 

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!

 




  EL AMOR ENGAÑOSO 

 
Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente,
Paseando el hastío de tu mirar profundo,
Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento
Mientras suena la música que se pierde en los techos. 

Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola,
Tu frente aureolada de un mórbido atractivo
Donde las luces últimas del sol traen a la aurora,
Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos, 

Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña!
El taraceado recuerdo, pesada y regia torre,
La corona, y su corazón, prensado como fruta,
Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor. 

¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores?
¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?
¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos,
Almohadón acariciante o canastilla de flores? 

Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía
Que no guardan escondido ningún precioso secreto,
Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias
Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos. 

Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia,
Alegrando al corazón que huye de la verdad?
¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia?
Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.

 




TODAVÍA NO HE OLVIDADO… 

 
Todavía no he olvidado, cercana a la ciudad,
Nuestra blanca mansión, pequeña más tranquila,
La Pomona de estuco y la antigua Afrodita
Velando su pudor tras una rala fronda,
Y el sol, en el crepúsculo, destellante y soberbio
Que, tras el vidrio donde se quebraban sus rayos,
Parecía, gran pupila en el cielo curioso,
Contemplar nuestras largas y solitarias cenas,
Derramando sus bellos reflejos alongados
En el estor de sarga y en el frugal mantel.

 




A LA BUENA SIRVIENTA QUE UN DÍA OS TUVO CELOSA… 

 
A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa
Y que su sueño duerme bajo la humilde hierba,
Pese a todo, debiéramos llevarle algunas flores.
Los muertos, pobres muertos, tienen grandes pesares
Y cuando lanza Octubre su viento melancólico
Que despoja a los árboles en torno de las tumbas,
A los vivos, sin duda, encuentran bien ingratos
Por dormir tibiamente bajo sus cobertores,
Mientras que, devorados por negras pesadillas,
Sin agradables charlas, sin compañía en el lecho,
Esqueletos helados que trabajó el gusano,
Ellos sufren las nieves goteantes del invierno,
Y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos,
Reemplacen los jirones que penden de sus verjas.
Cuando silba y crepita el leño, si una noche,
Tranquila, en el sillón la viera reclinarse,
Si en una noche azul y helada de Diciembre
La encontrara encogida en un rincón del cuarto,
Grave y recién llegada de su lecho perenne,
Ciñendo al niño grande con maternal mirada,
A aquella alma piadosa ¿qué le respondería
Viendo caer las lágrimas de sus profundos párpados? 


 



  SUEÑO PARISIENSE


a Constantin Guys 

De aquel terrible paisaje
Como nunca vio mortal,
Esta mañana, aún la imagen
Vaga y lejana perdura. 

¡Lleno está el sueño de magia!
Por un singular capricho
Desterré de ese espectáculo
Al barroco vegetal, 

Y, pintor fiel de mi sueño,
En el cuadro saboreé
La monotonía embriagante
De agua, mármol y metal. 

Babel de arcos y escaleras,
Era un palacio infinito
lleno de fuentes y aljibes
En oro bruñido o mate; 

Y rumorosas cascadas,
Como cortinas de vidrio,
Se suspendían destellantes
Sobre murallas metálicas. 

No árboles, sino columnas,
Ceñían estanques dormidos,
Donde gigantescas náyades
Como damas se miraban. 

Capas de agua se extendían,
Por muelles rosas y verdes,
Durante miles de leguas,
Hacia el fin del universo; 

Había piedras inauditas
Y olas mágicas; había
Inmensos hielos absortos
Por lo que ellos reflejaban. 

Taciturnos y distantes,
Ganges en el firmamento,
Arrojaban sus tesoros
En diamantinos abismos. 

Arquitecto de mis magias
Hacía, a mi voluntad,
Bajo un enjoyado túnel
Pasar un manso océano; 

Y hasta los negros colores
Parecían claros y limpios;
Fundía su gloria el líquido
En el rayo cristalino. 

No había vestigio de astros,
¡Ni siquiera el sol poniente,
Para alumbrar los prodigios
Que con su fuego brillaban! 

Y sobre esas maravillas
Planeaba (¡atroz novedad!
Presente el ojo, no el oído)
Un infinito silencio. 

 
II
Al abrir mis ardientes ojos,
Miré el horror de mi cuarto
Y sentí, de nuevo en mi alma,
De la inquietud el aguijón; 

El fúnebre son del péndulo,
Me recordó el mediodía;
Caía la oscuridad
Sobre el embotado mundo. 


 



EL CREPÚSCULO MATUTINO

 
La diana resonaba en todos los cuarteles
Y apagaba las lámparas el viento matutino. 

Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
Ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
Cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
La lámpara en el día traza una mancha roja
Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
Imita los combates del día y de la lámpara.
Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
Y se cansan los hombres de escribir y de amar. 

Empiezan a humear acá y allá las casas,
Las hembras del placer, con el párpado lívido,
Reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
Soplan en los tizones y soplan en sus dedos.
Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
Las parturientas sienten aumentar sus dolores;
Como un roto sollozo por la sangre que brota
El canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
Baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
Lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor. 

La friolenta aurora en traje verde y rosa
Avanzaba despacio sobre el Sena desierto
Y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
Empuñaba sus útiles, viejo trabajador. 

De “El Vino”:
 



EL ALMA DEL VINO 

 
Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!» 

Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal. 

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas. 

¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás; 

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos. 

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»


 



  EL VINO DEL SOLITARIO 

 
La singular mirada de una mujer galante
Que llega hasta nosotros como la blanca luz
Que enviara la luna al lago tembloroso
Cuando quiere bañar su indolente belleza; 

Los últimos escudos que tiene un jugador;
Un beso lujurioso de la flaca Adelina;
Los ecos de una música cálida y enervante
Como el grito lejano del humano sufrir, 

No vale todo ello, oh botella profunda,
El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre
Ofrece al corazón del poeta abrumado; 

Tú le dispensas vida, juventud y esperanza
-Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria
Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes. 


 



  EL VINO DE LOS AMANTES 

 
¡Hoy el espacio es fabuloso!
Sin freno, espuelas o brida,
Partamos a lomos del vino
¡A un cielo divino y mágico! 

Cual dos torturados ángeles
Por calentura implacable,
En el cristal matutino
Sigamos el espejismo. 

Meciéndonos sobre el ala
De la inteligente tromba
En un delirio común, 

Hermana, que nadas próxima,
Huiremos sin descanso
Al paraíso de mis sueños. 

De “Flores del mal”: 

 



  LA DESTRUCCIÓN 

 
A mi lado sin tregua el Demonio se agita;
En torno de mi flota como un aire impalpable;
Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones
De un deseo llenándolos culpable e infinito. 

Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte,
De la más seductora mujer las apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de adulón
Mis labios acostumbran a filtros depravados. 

Lejos de la mirada de Dios así me lleva,
Jadeante y deshecho por la fatiga, al centro
De las hondas y solas planicies del Hastío, 

Y arroja ante mis ojos, de confusión repleta,
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive! 


 



LA PLEGARIA DE UN PAGANO 

 
No dejes morir tus llamas;
Caldea mi sordo corazón,
¡Voluptuosidad, cruel tormento!
Diva! supplicem exaudî! 

Diosa en el aire difundida,
Llama de nuestro subterráneo,
Escucha a un alma consumida
Que alza hacia ti su férreo canto, 

¡Voluptuosidad, sé mi reina!
Toma máscara de sirena
Hecha de carne y de brocado, 

O viérteme tus hondos sueños
En el licor informe y místico,
¡Voluptuosidad, fantasma elástico! 


 



MUJERES CONDENADAS 

 
Como bestias inmóviles tumbadas en la arena,
Vuelven sus ojos hacia el marino horizonte,
Y sus pies que se buscan y sus manos unidas,
Tienen desmayos dulces y temblores amargos. 

Las unas, corazones que aman las confidencias
En el fondo del bosque donde el arroyo canta,
Deletrean el amor de su pubertad tímida
Y marcan en el tronco a los árboles tiernos; 

Las otras, como hermanas, andan graves y lentas,
A través de las peñas llenas de apariciones,
Donde vio san Antonio surgir como la lava
Aquellas tentaciones con los senos desnudos; 

Y las hay, que a la luz de goteantes resinas,
En el hueco ya mudo de los antros paganos,
Te llaman en auxilio de su aulladora fiebre.
¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes! 

Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios,
Que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas,
Mezclan en las umbrías y solitarias noches,
La espuma del placer al llanto del suplicio. 

Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,
De toda realidad desdeñosos espíritus,
Ansiosas de infinito, devotas, satiresas,
Ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto. 

Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno,
¡Hermanas mías!, os amo y os tengo compasión,
Por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed
y las urnas de amor que vuestro pecho encierra. 


 



LAS DOS BUENAS HERMANAS 

 
Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas,
Pródigas de sus besos y ricas en salud
Cuyo virginal flanco, que los harapos cubren,
Bajo la eterna siembra jamás fructificó. 

Al poeta siniestro, tara de las familias,
Valido del infierno, cortesano sin paga,
Entre sus recovecos, muestran tumba y burdel,
Un lecho que jamás la inquietud frecuentó 

 Y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias,
Por turno nos ofrecen, como buenas hermanas,
Placeres espantosos y dulzuras horrendas. 

Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás?
¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante,
A injertar tus cipreses en sus mirtos infectos? 


 



ALEGORÍA 

 
Es una mujer bella y de espléndido porte,
Que en el vino arrastrar deja su cabellera.
Las garras del amor, los venenos del antro,
Resbalan sin calar en su piel de granito.
Se chancea de la muerte y del Libertinaje:
Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera,
Ha respetado siempre, en sus juegos fatales,
La ruda majestad de ese cuerpo arrogante.
Camina como diosa, posa como sultana;
Una fe mahometana deposita en el goce
y con abiertos brazos que los senos resaltan,
Con la mirada invita a la raza mortal.
Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen,
Necesaria, no obstante, en la marcha del mundo,
Que la hermosura física es un sublime don
Que de toda ignominia sabe obtener clemencia.
Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora,
Y cuando llegue la hora de internarse en la Noche,
Contemplará de frente el rostro de la Muerte,
Como un recién nacido -sin odio ni pesar. 


 



  LA BEATRIZ 

 
En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas,
Como yo me quejase a la Naturaleza,
Y el puñal de mi mente, caminando al azar,
Fuese afilando lento sobre mi corazón,
Una gran nube oscura, de un temporal surgida,
Que albergaba una tropa de viciosos demonios,
Semejantes a enanos furiosos y crueles.
Se volvieron entonces fríamente a mirarme,
Y, como viandantes que se asombran de un loco,
Los escuché entre sí reír y cuchichear
Intercambiando señas y guiños expresivos: 

-«Contemplemos a gusto a esta caricatura,
A esta sombra de Hamlet que su postura imita,
Los cabellos al viento, la indecisa mirada.
¿No es en verdad penoso ver a tal vividor,
A este pillo, a este vago, a este histrión perezoso,
Que, porque representa con arte su papel,
Pretende interesar, cantando sus pesares,
Al águila y al grillo, al arroyo y las flores,
E inclusive a nosotros, autores de esas rúbricas,
A voces nos recita sus públicas tiradas?» 

Hubiera yo podido (alto como los montes
Es mi orgullo y domina a diablos y nublados)
Apartar simplemente mi soberana testa,
Si no hubiera atisbado entre la sucia tropa,
¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol!
A la reina de mi alma de mirada sin par,
Que con ellos reía de mi sombría aflicción,
Haciéndoles, de paso, una obscena caricia. 


 



  LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO 

 
La mujer, entre tanto, de su boca de fresa
Retorciéndose como una sierpe entre brasas
Y amasando sus senos sobre el duro corsé,
Decía estas palabras impregnadas de almizcle:
«Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
De perder en el fondo de un lecho la conciencia,
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.
Y hago reír a los viejos con infantiles risas.
Para quien me contempla desvelada y desnuda
Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas.
Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites,
Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos
O cuando a los mordiscos abandono mi busto,
Tímida y libertina y frágil y robusta,
Que en esos cobertores que de emoción se rinden,
Impotentes los ángeles se perdieran por mí.» 

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
A fin de devolverle un beso, sólo vi
Rebosante de pus, un odre pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
Que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
En confusión chocaban pedazos de esqueleto
De los cuales se alzaban chirridos de veleta
O de cartel, al cabo de un vástago de hierro,
Que balancea el viento en las noches de invierno. 


 



  EL AMOR Y EL CRÁNEO 

 
Viñeta antigua 
Se sienta el Amor en el cráneo
             De la Humanidad,
Y sobre tal solio el profano,
             Con risa procaz, 

Sopla alegremente redondas burbujas,
             Que en el aire suben,
Como para juntarse a los mundos
             Al fondo del Éter. 

El globo luminoso y frágil
             En un amplio vuelo,
Revienta y escupe su alma pequeña
             Como un áureo sueño. 

Y oigo al cráneo, a cada burbuja,
             Rogar y gemir:
-«Este fuego feroz y ridículo,
             ¿Cuándo acabará? 

Pues lo que tu boca cruel
             Esparce en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,
             ¡Mi sangre y mi carne!» 

De “La muerte”:

 



  LA MUERTE DE LOS AMANTES 

 
Poseeremos lechos colmados de aromas
Y, como sepulcros, divanes hondísimos
E insólitas flores sobre las consolas
Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos. 

Avivando al límite postreros ardores
Serán dos antorchas ambos corazones
Que, indistintas luces, se reflejarán
En nuestras dos almas, un día gemelas. 

Y, en fin, una tarde rosa y azul místico,
Intercambiaremos un solo relámpago
Igual a un sollozo grávido de adioses. 

Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas
Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso,
Los turbios espejos y las muertas llamas. 


 




  LA MUERTE DE LOS ARTISTAS 

 
¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
Y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
Mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar? 

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
Y más de un bastidor hemos de destruir,
Antes de contemplar la acabada Criatura
Cuyo infernal deseo nos colma de sollozos. 

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
Escultores malditos que el oprobio marcó,
Que se golpean con saña en el pecho y la frente,


Sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
Logrará, al fin, que estallen las flores de su mente. 


 



  EL FIN DE LA JORNADA 

 
Bajo una pálida luz
Corre, danza y se retuerce
La Vida, impura y gritona.
Tan pronto como a los cielos 

La gozosa noche asciende
Y todo, hasta el hambre calma,
Ocultando la vergüenza 

Mis vértebras, como mi alma,
Codician dulce reposo;
De fúnebres sueños lleno 

La espalda reclinaré
Y rodaré entre tus velos,
¡Oh refrescante tiniebla!»
 



 

 SUEÑO DE UN CURIOSO
a F. N. 

 
Conoces, tal mi caso, ese dolor sabroso,
Y de ti haces que digan: «¡Qué ser tan singular!»
-Iba a morir. Y había en mi alma amorosa,
Deseo mezclado a horror, un raro sufrimiento; 

Angustia y esperanza, sin humor encontrado.
Mientras más se vaciaba la arena ineluctable,
Más deliciosa y áspera resultó mi tortura;
Se desgajaba mi alma del mundo familiar. 

Y era como ese niño, ávido de espectáculos,
Que odia el telón igual que se odia una barrera.
Hasta que, al fin, la fría verdad se desveló: 

Sin sentirlo, había muerto, y la terrible aurora
Me circundaba. -¡Cómo! ¿No es más que esto, al fin?
El telón se había alzado y yo aguardaba aún. 


 



EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO 

 
Lector apacible y bucólico,
Ingenuo y sobrio hombre de bien,
Tira este libro saturniano,
Melancólico y orgiástico. 

Si no cursaste tu retórica
Con Satán, el decano astuto,
¡Tíralo! nada entenderás
O me juzgarás histérico. 

Más si de hechizos a salvo,
Tu mirar tienta el abismo,
Léeme y sabrás amarme; 

Alma curiosa que padeces
Y en pos vas de tu paraíso,
¡Compadéceme!… ¡O te maldigo!


 



  PROYECTO DE EPÍLOGO

 
Para la segunda edición de “Las flores del mal” 
Tranquilo como un sabio, manso como un maldito, dije:
Te amo, oh mi beldad, oh encantadora mía…
Cuántas veces…
Tus orgías sin sed, tus amores sin alma,
Tu gusto de infinito
Que en todo, hasta en el mal, se proclama, 

Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus fiestas,
Tus barrios melancólicos,
Tus suntuosos hoteles,
Tus jardines colmados de intrigas y suspiros,
Tus templos vomitando musicales plegarias,
Tus pueriles rabietas, tus juegos de vieja loca,
Tus desalientos; 

Tus fuegos de artificio, erupciones de gozo,
Que hacen reír al cielo, tenebroso y callado. 

Tu venerable vicio, que en la seda se ostenta,
Y tu virtud risible, de mirada infeliz
Y dulce, extasiándose en el lujo que muestra… 

Tus principios salvados, tus vulnerables leyes,
Tus altos monumentos donde la bruma pende,
Tus torres de metal que el sol hace brillar,
Tus reinas de teatro de encantadoras voces,
Tus toques de rebato, tu cañón que ensordece,
Tus empedrados mágicos que alzan las fortalezas, 

Tus parvos oradores de barrocas maneras,
Predicando el amor, y tus alcantarillas, pletóricas de sangre,
En el Infierno hundiéndose como los Orinocos.
Tus bufones, tus ángeles, nuevos en su oropel.
Ángeles revestidos de oro, jacinto y púrpura,
Sed testigos, vosotros, que cumplí mi deber
Como un perfecto químico, como un alma devota. 

Porque de cada cosa la quintaesencia extraje,
Tú me diste tu barro y en oro lo troqué. 

 
BRIBES: 
Nota del traductor: Migajas


Los fragmentos siguientes, fueron publicados por primera vez por Yves-Gerard le Dantec, en «Le Fígaro» del 28-2- 31, a partir de una copia defectuosa obtenida por Féli Gautier. En 1934, tomando como base el manuscrito original, se insertaron de nuevo en un «Cahier Jacques-Doucet». Tal manuscrito se encuentra, en efecto, en los fondos Doucet de la Bibliothèque Sainte-Genevieve, encartado en un ejemplar del tomo I de «Obras Completas», que perteneció a Nadar.


Y.-G.le Dantec, señaló que cuatro títulos de entre los comprendidos estas «Migajas» ( término escogido por el propio Baudelaire ), se hallan en una lista tachada de poemas, destinados a la segunda edición de «Las flores del mal», la cual figuraba al dorso del manuscrito del poema
«Sisina» :


El Heautontimoroumenos -Dorotea -Spleen -Siete -¡Trinquemos, Satán! -Ni remordimientos, ni recuerdos -El mantenedor -La mujer salvaje -Condenación -El glotón -Orgullo -La cabellera (realizado) -El albatros (realizado) -Una pieza con versos recurrentes o estribillo cambiado.
 



  ORGULLO 

Ángeles de oro vestidos, de púrpura y de Jacinto.
El genio y el amor son fáciles deberes. 

Amasé sólo barro y de él extraje oro 
Llevaba en la mirada el brío del corazón.
En París, su desierto, viviendo a la intemperie,
Fuerte como una bestia y libre como un Dios. 


 



  EL GLOTÓN 

 
Rumiando, yo me burlo de la gente famélica. 
Como un obús reventaría,
  Si no absorbiese como un chancro, 

Su mirada no era tímida ni indolente,
Exhalaba, más bien, alguna ávida cosa,
Y, como su nariz, expresaba la fiebre
De artista ante la obra surgida de sus dedos.
Tu juventud estará más llena de tormentas
Que este estío de pupilas llenas de resplandor,
Que sobre nuestras frentes se retuerce abrasado, 

Y, exhalando en la noche sus febriles alientos,
Logra que de sus cuerpos se prenden las doncellas,
Y enfrente del espejo, ¡oh estériles deleites!
 Admiren la sazón de su virginidad,
Más veo en esos ojos, cargados de tormentas,
Que no está hecha tu alma para las dulces fiestas,
Y que belleza tal, sombría como el hierro,
Es de aquellas que forjan y pulen los Infiernos,
Para un día oficiar espantosas lujurias
Y contristar el alma de humildes criaturas.
Con su peso aplastando un enorme almohadón
Un cuerpo allí lucía con un sopor muy dulce,
Y su sueño, adornado de una feliz sonrisa
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … …
El surco de su espalda que estremecía el deseo. 

El aire estaba ungido de furor amoroso;
Los insectos volaban a la lámpara, el viento
Permanecía inmóvil en torno a las cortinas.
Era una noche cálida, un baño juvenil. 

Gran ángel, que llevais sobre la fiera faz
Lo sombrío del Infierno, desde donde ascendisteis;
Domador dulce y fiero que me habéis enjaulado,
Para recreación de vuestra crueldad, 

Pesadilla nocturna, sirena sin corsé,
Que me arrastrais, maligna, siempre de pie a mi lado,
Por mi sayal de santo o mi barba de sabio,
Para darme el veneno de un descarado amor…

 




CONDENACIÓN 

 
El banco inextricable y duro,
El arduo pasadizo, el voraz maëlstrom ,
Menos arena arrastran y menos broza impura 

Que nuestros corazones, donde se mira el cielo;
Son como promontorios en el aire sereno,
Donde el faro destella, centinela benéfico,
Pero abajo minados por corrosivas lapas; 

Podríamos compararlos todavía al albergue,
Del hambriento esperanza, donde golpean de noche,
Jurando, heridos, rotos, solicitando asilo,
Prelados y estudiantes, rameras y soldados. 

Nunca regresaran a las sucias alcobas;
Guerra, ciencia y amor, nada nos necesita.
El atrio estaba helado, infectos vino y lecho;
¡Hay que servir de hinojos a visitantes tales! 

maëlostrom: remolino y sima marítima que intermitentemente se forman
en las costas de Noruega

 



TRES POEMAS DE “LOS DESPOJOS”:
SOBRE «EL TASSO EN PRISION» 

 
En su celda, el poeta, harapiento y enfermo,
Teniendo un manuscrito bajo su pie convulso,
Contempla con mirada inundada de pánico
La escalera de vértigo donde su alma se abisma. 

Las risas enervantes que pueblan la prisión,
Arrastran su razón a lo absurdo y lo extraño;
La Duda lo rodea y el ridículo Miedo,
Odioso y multiforme, circula en torno de él. 

Este genio encerrado en un antro malsano,
Esas muecas y gritos, espectros cuyo enjambre
Amotinado gira detrás de sus oídos, 

El soñador a quien el horror despertara,
Tal es tu emblema, Alma de tenebrosos sueños,
Que ahoga la Realidad entre sus cuatro muros.

 


  A THEODORE DE BANVILLE 

 
De la Diosa empuñasteis la espesa cabellera,
Con vigor tal, que todos os hubieran tomado,
Al ver ese aire altivo y ese hermoso abandono
Por un joven rufián que golpease a su amante. 

La mirada incendiada por un fuego precoz,
Vuestro orgullo de artífice sin pudor exhibisteis,
En esas construcciones, cuya audacia correcta,
Anticipa los frutos de vuestra madurez. 

Poeta, nuestra sangre por cada poro escapa.
¿Tal vez por un azar, la veste del Centauro,
Que cada vena en fúnebre arroyo transformó, 

Fue tres veces teñida en las sutiles lavas,
De aquellos monstruosos reptiles vengativos,
Que Hércules en su cuna un día estrangulara?


 


  PUESTA DE SOL ROMÁNTICA 

 
Qué hermoso el sol parece cuando fresco se eleva,
Dando los buenos días como en una explosión
-Feliz aquel que puede, por el amor transido,
Saludar al poniente, más glorioso que un sueño. 

¡Lo recuerdo!… Yo he visto todo, flor, surco, fuente,
Caer bajo su mirada como un corazón vivo…
-Pronto, pronto, ya es tarde, vamos al horizonte
Para atrapar al menos algún oblicuo rayo. 

Pero persigo en vano al Dios que se retira;
La irresistible Noche establece su imperio,
Negro, húmedo, funesto, roto de escalofríos; 

Un olor a sepulcro en las tinieblas boga,
Y mi pie temeroso roza, junto al pantano,
Sapos inesperados y babosas heladas. 

Versi0nes de Antonio Martínez Sarrión

 


CONVERSACIÓN


¡Eres un bello cielo de otoño, claro y rosa!
Pero en mí, la tristeza asciende como el mar,
Y en su reflujo deja en mis cansados labios,
El punzante recuerdo de sus limos amargos. 

-Se desliza tu mano por mi agotado pecho;
Lo que ella en vano busca, es un hueco asolado
Por las feroces garras que esconde la mujer.
Mi corazón no busques, fue pasto de las fieras. 

Ahora es como un palacio saqueado por las turbas,
Donde beben, se matan, se arrancan los cabellos.
-Flota un perfume en torno de tu desnudo cuello!… 

¡Tú lo quieres, Belleza, flagelo de las almas!
Con tus ojos de fuego, como fiestas lujosas,
¡Calcina esos despojos que evitaron las fieras! 

Versión de Antonio Martínez Sarrión

BAUDELAIRE, CHARLES
TRADUCCIONES DE OTROS AUTORES:
A LA QUE PASA
La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.
Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.
Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?
¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.
Versión de José Emilio Pacheco

 


ALEGORÍA
 
Ésta es una mujer de rotunda cadera
que permite en el vino mojar su cabellera.
Las garras del amor , las mismas del granito.
Se ríe de la muerte y la depravación,
y, a pesar de su fuerte poder de destrucción,
las dos han respetado hasta ahora, en verdad,
de su cuerpo alto y firme la altiva majestad.
Anda como una diosa y tiende sultana,
siente por el placer fe mahometana.
Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos
demanda la mirada de todos los humanos.
Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!,
necesaria, no obstante a la caterva inmunda,
que la beldad del cuerpo es un sublime don
que de cualquier infamia asegura el perdón.
Ella ignora el infierno y purgatorio ignora,
y mirará por eso, cuando le llegue la hora,
la cara de la muerte en un tan duro momento,
como un niño: sin odio sin remordimiento.
Versión de María Fasce

 


EL BALCÓN
 
¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes!
Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres!
En ti revivirán los íntimos instantes
y el sabor del hogar en los atardeceres,
Madre de los recuerdos, ¡Reina de los Amantes!
Las noches que doraba la crepitante lumbre,
las noches del balcón entre un vaho de rosas,
cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre
y el frecuente decirnos inolvidables cosas
en noches que doraba la crepitante lumbre.
¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío¡
Inclinado hacia ti, Reina de las amadas,
respiraba el perfume de tu cuerpo bravío.
Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas.
En redor espesaba la noche su negrura
y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas,
yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno! ¡Oh dulzura!
Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas,
y en redor espesaba la noche su negrura.
¡Es de artistas fijar los minutos del gozo
remirando el ayer sumido en tus rodillas!
¿A qué vano buscar encanto langoroso,
de tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas?
Es de artistas fijar los minutos del gozo.
Juramentos, aromas, besos innumerables:
renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas
como soles que suben a cielos inefables
después de sumergidos en las amargas ondas?
¡Oh aromas, juramentos! ¡Oh besos incontables!
Versión de Carlos López Narváez

 


EL ENEMIGO
 
Mi juventud no fue sino oscura tormenta
que rara vez el Sol cortó con luz brillante,
trueno y lluvia ejercieron tan repetida afrenta
que en mi jardín no existen los frutos incitantes.
Yo que toqué el otoño del pensamiento azadas
tendré que usar, rastrillos y palas poderosas,
para juntar de nuevo las tierras inundadas
donde los agujeros son grandes como fosas.
Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado
encontrarán en este territorio lavado
el místico alimento que las vaya elevando!
Oh dolor de dolor! Corre el tiempo, la vida,
y el oscuro enemigo que nos va desangrando
crece y se fortifica con la sangre perdida!
Versión de Pablo Neruda

 


EL EXTRANJERO
 
-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre,
  a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…. ¡a las nubes
  maravillosas!

 



EL GUSTO DE LA NADA 
 
¡Triste espíritu, antaño amante de la lucha,
la Esperanza, cuya espuela excitaba tu ardor,
no quiere ya montarte! Échate sin pudor,
viejo caballo cuyas patas tropiezan en todos los obstáculos.
Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.
¡Espíritu vencido, extenuado! Para ti, viejo merodeador,
el amor no tiene ya sabor, ni tampoco la lucha;
¡adiós, pues, cantos del metal y suspiros de la flauta!,
¡placeres, no tentéis ya a un corazón sombrío y gruñón!
¡La adorable Primavera ha perdido su olor!
Y el Tiempo me devora minuto tras minuto,
como la nieve inmensa a un cuerpo afectado por la rigidez;
contemplo desde lo alto el globo de su redondez,
y ya no busco en él el abrigo de una choza.
Alud, ¿quieres arrastrarme en tu caída?





EL PERFUME
 
Lector: -¿Alguna vez, por suerte has respirado
con morosa embriaguez, con avidez golosa
el incienso que invade la nave silenciosa,
o el pomo que de ámbar un tiempo fue colmado?
¡Oh mágico, profundo portento alucinado,
presencia revivida de evocación brumosa,
cuando sobre su cuerpo puedo aspirar la rosa
de la sepulta imagen, del recuerdo adorado!
Selváticos efluvios se propagan al vuelo
del espeso y elástico madejón de su pelo,
como un incensario que sahuma la alcoba.
Y de las muselinas y el terciopelo oscuro
de los trajes, de todo, fluye, en hálito puro,
negro aroma gemelo del lecho de caoba.
Versión de: Carlos López Narváez

 


EL RELOJ
 
Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.
 
El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.
 
Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.
 
Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»
 
¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.

 



EL VAMPIRO
 
Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,
Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,
Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!
Supliqué a la rápida espada
Que conquistara mi libertad
Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.
¡Ay! el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:.
-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.
-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.
Versión de María Fasce

 


EL VINO DE LOS AMANTES
 
¡Hoy es espléndido el espacio!
Sin freno, ni espuelas, ni brida,
Partamos a lomos del vino
Hacia un cielo divino y mágico.
Cual dos ángeles torturados
Por implacable calentura
En el cristal azul del alba
Sigamos tras el espejismo.
Balanceándonos sobre el ala
Del torbellino inteligente,
En un delirio paralelo,
Hermana, navegando juntos,
Huiremos sin reposo o tregua
Al paraíso de mis sueños.

 


El «YO PECADOR» DEL ARTISTA
 
¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.

La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva… ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.

 


EMBRIÁGUENSE
 
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
 
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
 
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

 


INVITACIÓN AL VIAJE
 
    Mi hermana, mi ser,
    sueña en el placer
de juntar las vidas en tierra distante;
    y en un lento amar,
    amando expirar
en aquel país a Ti semejante.
    Los húmedos soles
    de sus arreboles
mi alma conturban con el mismo encanto
    de tus agoreros
    ojos traicioneros
cuando resplandecen a través del llanto.
    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.
    Pulieron los años
    suntuosos escaños
que serán la muelle pompa de la estancia
    donde los olores
    de exóticas flores
vagan entre ‘una ambarina fragancia.
    La rica techumbre,
    la ilímite lumbre
que dan los espejos con magia oriental,
    hablaran con voces
    de incógnitos goces
al alma en su dulce lenguaje natal.
    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.
    Mira en las orillas
    las dormidas quillas
de innúmera ruta, de sino errabundo:
    siervas de tu anhelo,
    su marino vuelo
tendieron de todos los puertos del mundo.
    Ponentinos lampos
    revisten los campos,
la senda, la orilla. Cárdeno capuz
    de oro y jacinto,
    por el orbe extinto
difunde la tarde su cálida luz.
    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.
Versión de Carlos López Narváez




LA BELLEZA
    
Yo soy bella, ¡oh mortales! , como un sueño de piedra.
Mi seno -donde el hombre se desangra y expira-
Mudo, infinito amor al poeta le inspira,
Coronada de rosas lo mismo que de yedra.
Campea en el azul -esfinge impenetrable-:
Bajo alburas de cisne llevo un alma de nieve;
Odio los movimientos que las líneas remueve;
Lo mismo ignoro el llanto que la risa inefable.
Los poetas, absortos frente a mis actitudes
-Que asumidas parecen de altivas magnitudes-
Consumirán sus días sondando las edades;
Que tengo para embrujo de amadores tan fieles,
-Espejos que trasmutan las guijas en joyeles-
Mis ojos, grandes ojos, de eternas claridades.
Versión de Carlos López Narváez

 


LA DESESPERACIÓN DE LA ANCIANA
 
La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.

Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.

Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»

 


LA DESTRUCCIÓN
 
El demonio a mi lado acecha en tentaciones;
como un aire impalpable lo siento en torno mío;
lo respiro, lo siento quemando mis pulmones
de un culpable deseo con que, en vano, porfío.
Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,
de la más seductora de todas las mujeres;
con pretextos y antojos que no hecho a mala parte
acostumbra mis labios a nefandos placeres.
Cada vez más, me aleja de la dulce mirada
de Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada
en medio de las negras llanuras del hastío.
Y pone ante mis ojos llenos de confesiones,
heridas entreabiertas, espantosas visiones…
la destrucción preside este corazón mío.
Versión de María Fasce

 


LA ESTÉRIL
 
Con su veste ondulante, de visos nacarados
-aún cuando camina parece que danzara-
cual ágiles serpientes que en la mágica vara
y en cadencias concitan los juglares sagrados;
Como la arena fosca y el azul inclemente
-una y otro impasibles ante el dolor humano;
como la red sin fondo del artero océano,
va desplegando Ella su mirar indolente.
Tersos, fingen sus ojos un metal agorero
-amalgama de oro, gemas, lampos de acero-
suma del ángel puro y la esfinge profunda,
y en su naturaleza simbólica y extraña
esplende para siempre, con su inútil entraña,
la fría majestad de la hembra infecunda.
Versión de Carlos López Narváez

 


LA FUENTE DE SANGRE
 
Creo sentir, a veces que mi sangre en torrente
se me escapa en sollozos lo mismo que una fuente.
Oigo perfectamente su queja dolorida,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Corre como si fuera regando un descampado,
y en curiosos islotes convierte el empedrado,
apagando la sed que hay en toda criatura
y tiñendo doquiera de rojo la Natura.
A menudo también del vino he demandado
que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino
torna el mirar más claro y el oído más fino.
Tampoco en el amor el olvido he encontrado:
ha sido para mí un lecho de alfileres,
hecho para saciar la sed de las mujeres.
Versión de Eduardo Ritter

 


LA PIPA
 
Soy la pipa de un escritor:
dice bien claro mi pergeño
de cafre, que tengo por dueño
un refinado fumador.
Al agobio de su labor
se agita mi flabel risueño
igual que el penacho hogareño
a la vuelta del labrador.
Mecer su corazón yo gusto
en el móvil azul arbusto
nacido en mi boca de fuego.
Y extiendo con mi beso ardiente
sobre su espíritu doliente
unción de encanto y de sosiego.
Versión de Carlos López Narváez



 

LA SERPIENTE QUE DANZA 
 
¡Cuánto gozo al mirar, dulce indolente,
   Tu corpóreo esplendor
Como si fueran seda iridiscente
   Tu piel y su fulgor.
Y sobre tu profunda cabellera
De un ácido aromar
    -Cual un mar errabundo, sin ribera,
    En azul ondular;
Como bajel que despertó del sueño
   Al viento matinal,
Lanzo mi alma en soñador empeño
    Hacia el piélago astral.
En tu mirada que nada revela
    De dulzura ni hiel,
Mezcla de oro y hierro se congela
  Para el doble joyel.
Mirando la cadencia con que avanzas
   Bella de lasitud,
Dijéranse las serpentinas danzas
   Al ritmo del laúd.
Agobiada de un fardo de molicie
    Tu cabeza infantil
Se balancea como en la planicie
  Una leona febril.
Y tu cuerpo se inclina y se distiende
    Como un ebrio bajel,
Y va de borda en borda mientras hiende
  Las aguas su proel.
Cual la onda engrosada por las fuentes
    Del rugidor glaciar ,
Cuando asoman al filo de tus dientes
    Espuma y pleamar,
Creo beber un vino -sangre y llama,
    Sima y elevación-,
Un vino que me inunda, que me inflama
    De astros el corazón.
Versión de Carlos López Narváez

 


64. MADRIGAL TRISTE
 
¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste.
Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto.
Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto;
la tormenta a las flores de frescura reviste.
Eres más la que amo si la melancolía
consterna tu mirada; si en lago de negrura
tu corazón naufraga; si el ayer su pavura
tiende sobre tus horas como nube sombría.
Eres la Bien-Amada si tu pupila vierte
-tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda
mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda
tu angustia con el trémulo presagio de la muerte.
¡Oh voluptuosidades profundas y divinas!
¡Salmo de los deleites entonado en sollozos!
Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos
con que las interiores penumbras iluminas.
Tu corazón es fragua; la pasión insepulta
como ascua inextinta, dispersa su destello;
y bajo la celeste blancura de tu cuello
un poco de satánica rebeldía se oculta.
Pero en tanto, Adorada, que no pueblen tus sueños
pesadillas sin término, reflejos avernales,
y en lívidas visiones de azufre mil puñales
tajen tu carne ebria de filtros y beleños,
y a todas las quimeras pávida esclavizada
el augurio funesto mires a cada paso,
y convulsa te acojas al letárgico abrazo
del tedio irresistible que anuncia la alborada.
Tú no podrás, -oh sierva que me impones tu ley
y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa,
decirme desde el antro de la noche morbosa,
con el alma en un grito: Yo soy tú mismo, ¡oh Rey!
Versión de Carlos López Narváez

 


RECOGIMIENTO
 
Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena.
Anhelabas la noche. Ya desciende. Aquí está.
Una atmósfera oscura cubre a París. Traerá
a unos cuantos la paz, a otros muchos la pena.
Mientras la muchedumbre que se rinde al placer
­Su verdugo inclemente­ por las calles anhela
Cazar remordimientos bajo la fiesta en vela,
Tú, dolor, ven a mí. Dame la mano al ver
Que es posible escaparse de los ya muertos años
Con sus antiguos trajes en el balcón celeste.
Ya brotan, como salen del mar, los desengaños,
Cuando el sol, bajo un arco, se muere en lontananza.
Ahora, tal un sudario que desciende del este.
Observa, mi dolor: la inmensa noche avanza.
Versión de José Emilio Pacheco

 


REMORDIMIENTO PÓSTUMO
 
Cuando duermas por siempre, mi amada Tenebrosa,
tendida bajo el mármol de negro monumento
y por tibia morada y por solo aposento
tengas, no más, el antro húmedo de la fosa;
Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
La tumba, confidente de mi anhelo infinito
(compasivo refugio del poeta maldito)
a tu insomnio sin alba dirá con gritos vanos:
 “Cortesana imperfecta -¿de qué puede valerte
denegarle a la Vida lo que hoy llora la muerte”?
Mientras -¡pesar tardío!- te roen los gusanos.
Versión de Carlos López Narváez

 


73. SONETO DE OTOÑO
 
Me preguntan tus ojos, claros como el cristal,
para ti, extraño amante, ¿cuál es mi atractivo?
-¡Sé encantadora y cállate! Mi corazón, al que todo irrita                          
excepto el candor del animal primitivo,
no quiere descubrirte su secreto infernal.
Berceuse cuya mano al dulce sueño invita,
ni su negra leyenda escrita con llamas.
¡Odio la pasión y el ingenio me duele!
Amémonos con dulzura. El amor en su garita,
tenebroso, emboscado, blande su arco cruel.
Conozco las armas de su perfecto arsenal.
¡Crimen, horror y locura! ¡Oh, pálida margarita!
¿Acaso, como yo, no eres tú un sueño otoñal,
también tú, mi tan fría y pálida Margarita?
Versión de María Fasce

 


TE ADORO IGUAL
 
Te adoro igual que a la bóveda nocturna,
¡oh vaso de tristeza, gran taciturna!
Y te amo tanto más, bella, cuanto más me huyes;
y cuanto más me pareces encanto de mis noches,
irónicamente aumentar la distancia
que separa mis brazos de la inmensidad azul.
Avanzo en los ataques y trepo en los asaltos
como junto a un cadáver un coro de gusanos,
y amo tiernamente, bestia implacable y cruel,
incluso tu frialdad, que aumenta tu belleza.
Versión de María Fasce

 


ÚLTIMOS SUSPIROS DE UN PARNASIANO
 
Klop, klip, klop, klop, klip, klop.
Desgranando gota a gota su rítmico sollozo,
En los pilones de la fuente donde el agua duerme inmóvil,
Un surtidor es el único en turbar la plácida y tranquila noche.
Qué silencio! Se diría que este globo aletargado
Sobre aterciopeladas olas hacia el infinito se desliza.
Allá en lo alto, a miles de millones de lenguas acribillando el
Espacio,
Peregrinos ahítos de las azules soledades,
Ajenos a los mártires que sobre sus flancos pululan,
Enredando sin fin sus orbe indolentes,
-Oasis de miseria o cadáveres de mundos-
Las doradas esferas circulan errantes de concierto.
Alma mía, olvidemos todo! Soltemos las riendas de oro
A las contemplaciones que su vuelo despliegan,
Las estrofas en mi seno permanecen alicaídas…
Por qué razón someterlas a un metro rebelde!
Nada quiero saber, el vértigo enervante
Me arrulla en los pliegues de su abismo movedizo…
Me fundo dulcemente… Estoy muerto, nada… ni siquiera la certeza
De oír el surtidor puntuar gota a gota
El eterno silencio de un rítmico sollozo.
Klop, klip, klop, klop, klip, klop…


 


UN HEMISFERIO EN UNA CABELLERA
 
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.
 
¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.

Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.
 
En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.
 
En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.
 
En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la no-che de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco.
 
Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

 


DE “LAS FLORES DEL MAL:
Versiones de Ignacio Caparrós
(Ed. Alhulia. Colección “Crisálida”, nº 20. Granada, 2001) 


II- EL ALBATROS
 
Por divertirse a veces suelen los marineros
cazar a los albatros, aves de envergadura,
que siguen, en su rumbo indolentes viajeros,
al barco que se mece sobre la amarga hondura.
Apenas son echados en la cubierta ardiente,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas abaten tristemente
como remos que arrastran a sus cuerpos pegados.
¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico!
¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco!
¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico,
imita otro su vuelo con renqueo burlesco!
El Poeta es semejante al príncipe del cielo
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
entre mofas y risas exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.


IV- CORRESPONDENCIAS
 
La creación es un templo donde vivos pilares
hacen brotar a veces vagas voces oscuras;
por allí pasa el hombre a través de espesuras
de símbolos que observan con ojos familiares.
Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la claridad,
perfumes y colores y sonidos dialogan.
Laten frescas fragancias como carnes de infantes,
verdes como praderas, dulces como el oboe,
y hay otras corrompidas, gloriosas y triunfantes,
de expansión infinita sus olores henchidos,
como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
que los éxtasis cantan del alma y los sentidos.

 
X- EL ENEMIGO
 
Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta,
por rutilantes soles cruzada acá y allá;
relámpagos y lluvias la hicieron tan violenta,
que en mi jardín hay pocos frutos dorados ya.
De las ideas hoy al otoño he llegado,
y rastrillos y pala ahora debo emplear
para igualar de nuevo el terreno inundado,
donde el agua agujeros cual tumbas fue a cavar.
¿Quién sabe si las flores nuevas que en sueño anhelo
hallarán como playas en el regado suelo
el místico alimento que les diera vigor?
-¡Dolor!, ¡dolor! ¡El Tiempo, ay, devora la vida,
y el oscuro Enemigo que roe nuestro interior
con nuestra propia sangre crece y se consolida!

 
XIV- EL HOMBRE Y LA MAR
 
¡Para siempre, hombre libre, a la mar tu amarás!
Es tu espejo la mar; mira, contempla tu alma
en el vaivén sin fin de su oleada calma,
y tan hondo tu espíritu y amargo sentirás.
Sumergirte en el fondo de tu imagen te dejas;
con tus ojos y brazos la estrechas, y tu ardor
se distrae por momentos de su propio rumor
al salvaje e indomable resonar de sus quejas.
Oscuros a la vez ambos sois y discretos:
hombre, nadie sondeó el fondo de tus simas,
tus íntimas riquezas, oh mar, a nadie arrimas,
¡con tan celoso afán calláis vuestros secretos!
Y en tanto van pasando los siglos incontables
sin piedad ni aflicción vosotros os sitiáis,
de tal modo la muerte y la matanza amáis,
¡oh eternos combatientes, oh hermanos implacables!

 
XVII- LA BELLEZA
 
Bella soy, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra,
y mi seno, que a todos siempre ha martirizado,
para inspirar amor a los poetas medra
a la materia igual, inmortal y callado.
En el azul impero, incomprendida esfinge;
al blancor de los cisnes uno un corazón frío;
detesto el movimiento que a las líneas refringe,
y nunca lloro como jamás tampoco río.
Los poetas, al ver mis grandes ademanes,
que parecen prestados de altivos edificios,
consumirán sus días en austeros afanes;
Pues, para fascinar a amantes tan propicios,
tengo puros espejos que hacen las cosas bellas:
¡mis ojos, tan profundos, como eternas centellas!

 
XXXIII- REMORDIMIENTO PÓSTUMO
 
Cuando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa,
de una tumba de mármol denegrido construida,
y ya tan sólo tengas por alcoba o guarida
una cueva lluviosa y una profunda fosa;
Cuando oprima la losa tu carne temblorosa
y tus flancos doblados con encanto tendida,
y el latir y el querer a tu pecho le impida,
Y a tus pies el correr su carrera azarosa,
La tumba, confidente de mi sueño infinito,
(porque la tumba siempre comprenderá al poeta),
en esas largas noches en que el sueño es proscrito,
Te dirá: “¿De qué os sirve, cortesana indiscreta,
lo que los muertos lloran no haber conocimiento?”
-Y te roerá el gusano como un remordimiento.

 
LXVI- LOS GATOS
 
Los amantes fervientes y los sabios austeros
adoran por igual, en su estación madura,
al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura
de los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros.
Amigos de la ciencia y la sensualidad,
al horror de tinieblas y al silencio se guían;
los fúnebres corceles del Erebo serían,
si pudieran al látigo ceder su majestad.
Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes
de alargadas esfinges, que en vastas latitudes
solitarias se duermen en un sueño inmutable;
Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas,
y partículas de oro, como arena agradable,
estrellan vagamente sus místicas pupilas.

 
LXXVII- SPLEEN
 
Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,
que, despreciando halagos de sus cien concejales,
con sus perros se aburre y demás animales.
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito;
en cripta se convierte su lecho blasonado,
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto.
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido,
y en los baños de sangre que hacían los Romanos,
que a menudo recuerdan los viejos soberanos,
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.

Versión de Ignacio Caparrós
(Ed. Alhulia. Colección “Crisálida”, nº 20. Granada, 2001)

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De mis manos brotarán amapolas rojas como la sangre así quizás mi poesía sea eterna MI POESÍA SOY YO FANNY JEM WONG LIMA - PERÚ

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